Mi punto de partida será una especie de contrapunto entre lo que vimos la última clase respecto de Shakespeare y Goethe, y lo que vamos a ver hoy de Sade. DecÃa, para hacer algún contrapunto entre los estilos literarios que vimos la vez pasada, que de distintos modos referÃan a la estructura de la neurosis y el texto de Sade que refiere a la estructura perversa.
Mi punto de partida será una especie de contrapunto entre lo que vimos la última clase respecto de Shakespeare y Goethe, y lo que vamos a ver hoy de Sade. Decía, para hacer algún contrapunto entre los estilos literarios que vimos la vez pasada, que de distintos modos referían a la estructura de la neurosis. Veíamos cómo tanto en el texto de Goethe como en el de Shakespeare era posible ubicar la posición del sujeto dividido frente al objeto de deseo, particularmente encarnado en una mujer, cómo había cierta huida, un cierto efecto de división del lado del sujeto y cómo, tanto la lectura de Shakespeare como la de Goethe, bordeaban esta cuestión, que es la cuestión de la estructura misma de la neurosis. Habíamos visto cómo Lacan decía, por ejemplo, que Hamlet es la neurosis y también habíamos visto como en “Poesía y Verdad” era posible ubicar la posición de Goethe, en el recuerdo infantil que es retomado por Lacan en “El mito individual del neurótico”, como una posición de huida frente al objeto femenino como objeto de deseo. O sea que vimos dos autores cuya escritura puede iluminar el ámbito de la neurosis, y en ese punto también en ambos autores podríamos decir que es posible hablar de una escritura fundamentalmente metafórica, donde el texto poético toma la forma de metáfora. Me gustaría entonces proponerles un contrapunto entre los textos que vimos la vez pasada y el texto de Sade, que nos va a hablar de otra estructura, que es la perversión. El primer punto va a ser éste: el estilo en la escritura. Yo supongo que ustedes han leído, o al menos han comenzado a leer, algunos de los textos de Sade, que son todos bastante parecidos. La opinión generalizada es que producen un efecto inmediato de aburrimiento, uno desiste justamente de esa lectura por ese efecto que produce, digamos que es el efecto central que produce la lectura de los textos de Sade. Lo que hace que incluso algunos autores se pregunten si es posible incluir a Sade dentro del campo de la literatura, si efectivamente se puede hablar de literatura en el caso de esta escritura, que es una escritura reiterativa, que pasa permanentemente de una escena a otra, y en la que todas las escenas son bastante parecidas, en el marco de un fantasma sádico. La mayoría de los textos de Sade tiene esta estructura de reiteración de actos perversos con cortes en los cuales hay distintos tipos de relatos. Por ejemplo, en “Los ciento veinte días de Sodoma”, estos relatos consisten en relatos de prostitutas que, cuando quienes realizan los actos perversos quieren descansar un poquito, relatan las escenas más espantosas que ellas puedan recordar de sus experiencias sexuales. En cambio en otras obras de Sade, la mayoría, como por ejemplo “La filosofía en el tocador” que es en la que nos vamos a detener, porque es la que comenta Lacan en los escritos sobre Sade, los actos perversos se detienen para dar lugar a disertaciones filosóficas. De modo que Sade no solamente es considerado un hombre de letras (que es como él se consideraba a sí mismo), sino que también es considerado un filósofo y es estudiado como tal, aunque hay que decir que en realidad la concepción filosófica de Sade nunca logró adquirir una unidad y una coherencia absoluta, digamos que ahí es bastante contradictoria. Pero vayamos al Sade escritor: Todos los autores que comentan el estilo de Sade se detienen en señalar la ausencia absoluta de chiste, de rasgos de ingenio, en la escritura sadiana, que está muy ligada justamente al efecto de aburrimiento. Lacan en algún lugar dice: quizás podría emparentarse al género del humor negro, porque hay momentos en los que hay algo del orden del grotesco en las acciones que se despliegan en los textos. No encontramos nada del orden de la alusión, no hay un solo eufemismo en toda la obra de Sade. él llama a las cosas por su nombre, prescindiendo totalmente de cualquier recurso a la metáfora. Lo que llevará a Lacan a decir que es una obra fallida desde el punto de vista de la sublimación, más que nada teniendo como referencia el planteo freudiano del arte como sublimación. Lacan también va a intentar una categoría especial para los textos de Sade, que es la de lo trágico chocho, y va a oponerlo a lo trágico noble que sería, por ejemplo, la trilogía de Claudel, que creo que va a comentar en una de las últimas clases Claudio Godoy. Entonces, efectivamente hay algunas obras de Sade, particularmente, “Justine”, “La nueva Justine”, “Las aventuras de Juliette” o “Los crímenes del amor”, que toman la forma de un relato trágico. En “Los crímenes del amor” se trata de una heroína, que es una mujer que le cuenta su vida a un hombre que quiere tomarla como esposa. Cuenta una vida en la cual, sin ella saberlo, se acostó con su hijo, mató a su madre, cometió todos los crímenes a la manera de Edipo, crímenes fundamentales (el incesto, el asesinato de seres queridos) sin ella saberlo, sin darse cuenta, es decir que toma la forma de la tragedia, pero llevada a un punto de absurdo, que es difícil encontrar en otras tragedias. Me parece que es ese punto de absurdo el que lleva a Lacan a definir la tragedia de Sade como lo trágico chocho. Digamos que hay un efecto de chochera, de cierta debilidad en la posición misma del héroe. La mayoría de los autores coinciden en plantear que las obras de Sade, desde el punto de vista literario, son malas, es mala literatura. En algún momento Lacan hace como una especie de juego, dice: quizás lo malo literario nos habla de la maldad a la que Sade quiere apuntar con toda su obra, porque efectivamente Sade es alguien que se dedica a escribir sobre el mal. Otra manera que tiene Lacan de pensar la obra de Sade es por el lado de la literatura experimental, en el punto en que justamente se trata de una especie de ensayo, de intentos de hacer, a través del relato, incluso de la letra, un uso de la letra con fines muy determinados, no solamente de goce sino también de educación, porque en realidad Sade lo que quiere hacer a través de sus obras no es solamente trasmitir una experiencia de goce fantasmática sino también educar en el mal. En ese punto se puede ubicar la obra de Sade dentro del campo de la literatura experimental, que es lo que hace Lacan en su escrito “Kant con Sade”. George Bataille, que es un autor que ha escrito bastante sobre Sade, pone también el acento, como lo hacen casi todos, en la monotonía de sus textos, pero va a entenderla como el efecto del intento por parte del autor de subordinar el juego literario a la expresión de un acontecimiento inefable. Es decir que Bataille encuentra en el texto de Sade un punto de imposible de decir que Sade busca con su escritura, que trata de rodear a través de todas estas versiones del fantasma que van dando sus distintas obras, y entonces él plantea que en realidad la monotonía, el efecto de aburrimiento, tiene que ver con ese intento de cernir, de cercar, ese punto imposible de decir, ligado a la esencia del mal. Sería un intento de captar a través de la escritura al mal mismo, y podríamos pensar que en ese intento el efecto de monotonía sería correlativo de un acercamiento a esa zona. Es lo que después Lacan va a desarrollar, particularmente en dos clases del seminario sobre la ética, en las cuales va a referirse a Sade y al goce de la transgresión. Un texto, también conocido, de Pierre Klossowski, que se llama “Sade, mi prójimo” ubica en las características y el estilo de Sade, en lo interminable de sus novelas, en esa reiteración insoportable, algo del orden de la letanía. Dice: “Se parece más a los devocionarios que a los libros cotidianos”. Encuentra allí una actitud religiosa, lo que será de algún modo retomado por Bataille, cuando dice que Sade quiere acercarse a ese núcleo inefable, que quiere hacer llegar o trasmitir un acontecimiento inefable. Bataille va a hacer referencia a lo vivido, ya podemos ubicar algo del orden de la experiencia religiosa en ese punto. Por otra parte va a plantear también cómo casi todas las diferentes prácticas perversas que encontramos referidas en las obras de Sade, las podemos encontrar como distintas versiones de prácticas sacrificiales de diferentes religiones a lo largo de las distintas épocas de la humanidad. Es decir que no son prácticas que surjan con Sade o que se imaginan por primera vez con Sade, que ya todas ellas, de distintas maneras y por separado, se han realizado como prácticas sacrificiales en el marco de la religión. De modo que ahí encontramos un nuevo acercamiento entre lo religioso y este efecto de aburrimiento que produce la reiteración del espectáculo del sacrificio. Otra cuestión que va a señalar Bataille, y que va a se retomada por Lacan (quien evidentemente se vio bastante inspirado por Georges Bataille...) es que todo este movimiento de reiteración interminable de tormentos que encontramos en sus obras tienen un único término imaginario y es el deseo que el verdugo podría sentir de ser víctima del suplicio, de terminar él mismo como víctima, lo que sería la máxima culminación de todo ese movimiento. Es este pasaje de verdugo a víctima el que después va a ser retomado por Lacan, cuando proponga que la perversión que da la verdad de la estructura perversa es el masoquismo, porque es la única que no se engaña respecto de la posición de objeto en la que se encuentra el sujeto perverso. Todo el movimiento de la obra sadiana culmina en el masoquismo, en última instancia de lo que se trata es de esta posición de objeto que vamos a ver también hasta que punto ha ocupado Sade mismo en su vida. Otra cuestión que me parece importante plantear respecto del texto de Sade es la cuestión de la presencia de la voz, que va a señalar Lacan. En algún lugar Sade dice: “Los verdaderos libertinos admiten que las sensaciones comunicadas por el órgano del oído son las más intensas.” Hay una presencia de la voz que tiene distintas declinaciones en la obra de Sade: por un lado está la voz del relato, ya que la mayoría de las obras de Sade están narradas desde el lugar de la víctima. En el caso de tratarse de una obra trágica, la heroína (siempre son mujeres, trataremos de detenernos en este punto) y de alguna manera el escrito mismo, transmiten un relato. Se trata de la presentación de la voz de la víctima, intercalada muchas veces con las otras voces, las voces de los verdugos que se ponen a hablar, que discuten, que tienen disertaciones filosóficas muchas veces, entre práctica y práctica. Entonces está la voz de la víctima, que es la que generalmente lleva adelante el relato, y además están las voces de los verdugos, que como les decía, hablan entre ellos. Este punto también va a ser señalado por varios autores, particularmente es Bataille quien va a avanzar en relación con esto, va a decir que en realidad Sade rompe con el silencio de la violencia. La violencia se ejerce en silencio, jamás se ha visto un verdugo que después de torturar a alguien necesite hablar y contar por qué lo hizo, dando una explicación filosófica.
Participante: ¿La intención de Sade es mostrar algo? Nieves Soria Dafunchio: Hay autores que dicen que Sade busca demostrar o convencer al otro, y hay autores que dicen que no, que en realidad él no quiere demostrar ni convencer, sino que simplemente él quiere llevar a las últimas consecuencias ese acto, y una manera de llevarlo a las últimas consecuencias es transformarlo en filosofía, o unir la violencia a la razón, otra forma de decirlo sería unir la conciencia al goce. De modo que el razonamiento mismo se vuelve un modo de goce, porque justamente lo que va a plantear Sade es que el goce se acrecienta cuando se puede también gozar con la idea de por qué se goza. Volviendo al tema de la voz, está la voz de la víctima, las voces de los verdugos, y luego a veces están otras voces, por ejemplo, de las prostitutas que relatan (como ocurre en “Ciento veinte días de Sodoma”) en el momento en que se detiene la acción. Relatan a su vez distintos tipos de actos perversos de los que han participado, se trata de una especie de relleno de voz ahí donde hay una caída de la acción. Es la voz la que se mantiene de forma permanente. También está la voz como orden, la voz que indica lo que hay que hacer. Si leemos “La filosofía en el tocador” es un tratado de educación para señoritas. Hay dos personajes centrales que son Mme Saint-Ange y una adolescente de quince años (Eugenia) que llega a educarse en el mal. Allí es Dolmancé quien está en posición de amo, y es el que da las órdenes respecto de las prácticas a realizar. Se trata de la voz del amo que ordena gozar. Esto con respecto al estilo. Hay un prólogo que hizo Royer-Collard, un escritor francés, para “Justine”, donde trata dos cuestiones. Una es que él ubica la originalidad de la obra de Sade en que se trata, según dice, de una serie de novelas que fundan cincuenta años después toda una ciencia del hombre. La hipótesis de Collard es que, por ejemplo, todo el catálogo de perversiones descripto por Kraft-Ebing es de algún modo extraído de Sade, en la medida en que todas ellas están descrpitas en la obra de Sade. Incluso Collard va a plantear que todo el abordaje freudiano de la perversión no hubiera sido posible sin Sade. Para él la particularidad de esta obra es que funda toda la ciencia del hombre a partir de toda una serie de novelas de dudoso valor literario. La otra cuestión que va a plantear Royer-Collard, que me parece muy lúcida, y que será retomada por Lacan, es que Sade es Justine, es decir que Sade es la víctima, y va a aludir entonces a la posición de Sade como una posición más masoquista que sádica. él pone cuestión que Sade fuese sádico y va a terminar diciendo que Sade es Justine, como Flaubert dijo: “Yo soy Madame Bovary”, él va a decir: Sade es Justine.
Una cuestión que me parece interesante entonces para hacer este contrapunto que les proponía respecto de la escritura de Shakespeare y de Goethe en el campo de las neurosis es: cuál es el tratamiento del objeto femenino en estos textos. Una cuestión en la que yo no noté que se detuviesen los autores, y que me parece fundamental señalar, es que la víctima es una mujer. Me parece que no es casual, y por otra parte me parece que es muy interesante, como les decía, que, por ejemplo, “La filosofía en el tocador” sea un tratado de educación para las señoritas. Es decir que Sade tiene la idea de que a las que tiene que educar en la perversión es a las mujeres. Es decir que quizás a los hombres no sea necesario educarlos, que ya estén en la perversión. Podríamos pensar, es la idea de Sade en todo caso, que es a las mujeres a las que hay que enseñarles la perversión, a las que hay que alentarlas a entrar en los goces de la perversión, a la vez que es a las mujeres a las que hay que elegir como víctimas. Y si bien hay en los personajes de Sade este punto de perversión, porque el verdugo quiere ser víctima, pero más adelante: “primero voy a gozar toda la vida y después me vas a matar, me vas a cortar la cabeza”. Hay efectivamente un punto también donde el verdugo se va a transformar en víctima, pero mientras tanto es verdugo. Es decir que el agente del acto y el que decide cuándo va a ser víctima es el verdugo, mientras que la víctima no decide, es tomada como una presa y siempre se trata de una mujer.
Ubicaría el interés que encontramos por parte de Eugenia en los placeres de la perversión hasta cierto punto del lado de lo que sería la complacencia que puede encontrar una mujer histérica en someterse al fantasma del hombre. Está claro que ella ubica a Dolmancé, que es el que ordena en “La filosofía en el tocador”, como maestro, es el maestro y ella se deja convencer rápidamente por él. ¿En qué punto se centra la disertación de Dolmancé, el maestro, cuando la educa a Eugenia? Se centra alrededor de la necesidad de descartar el amor de su vida, y ésa es otra cuestión que me parece interesante. Sade se da cuenta de que lo que excede al fantasma, donde se abre un agujero, un abismo, un más allá del límite, es justamente en el amor. Y las mujeres tenemos una afectación particular por el amor, y justamente es lo que intenta cernir Sade en el texto de “La filosofía en el tocador” al educar a Eugenia. Se trata de que ella destierre de sí el amor, de convencerla de que aleje ese peligroso modo de goce que es el amor, que excede el límite del fantasma. Así como Freud decía que las perversiones son el negativo de las neurosis, podríamos decir que el perverso, al menos en su imaginación, logra lo que el neurótico falla, que es hacer entrar a la mujer en fantasma. En la neurosis se trata justamente de cómo siempre falla el sujeto en hacer entrar lo femenino en el fantasma y, al menos en el sueño de Sade, esto es logrado. Digo en el sueño, porque en su vida no solamente no lo logró, sino que ni siquiera sabemos si lo intentó. Pero cuando Sade escribe sueña con eso y con que lo logra rápidamente. Sade realmente intentó llevar su fantasma a la práctica, y por supuesto que no pudo hacer ni una mínima parte de lo que está escrito, pero intentó llevarlo a la práctica, por eso se sabe que por lo menos apuñaló a una mujer y le vertió cera caliente en las heridas. Se sabe que hubo un proceso por ese acto que realizó, y también se sabe que hay muchas mujeres que hicieron denuncias de que él las secuestraba, haciéndolas objeto de distinto tipo de prácticas que no iban más allá de la violación y el castigo corporal, la flagelación…. es mucho más lo que imaginó que lo que hizo. Tengamos en cuenta que pasó buena parte de su vida preso. No sabemos hasta dónde hubiera llegado si no lo hubiera estado. Pero más interesante que esa especulación me parece la hipótesis de Lacan: que se hizo apresar, que hay un punto masoquista en la posición de Sade, que lo llevó a pasar tantos años en la cárcel. Y no es solamente la idea de Lacan, varios autores consideran que realmente Sade hubiera podido hacer otra cosa. Parece que hubo como una especie de complacencia, de entrega. él en general se escapaba, pero parece que hubo momento fallidos, momentos que hablan de cierto goce masoquista en Sade. Con respecto a la cuestión de la estructura perversa, y antes de pasar a Sade como sujeto, hay una cuestión que me parece fundamental, que ubican todos los autores y que será retomada por Lacan en “Kant con Sade”, que es la importancia de la apatía como posición afectiva de quien realiza el acto, que en el caso del fantasma sadiano es el verdugo. Hay una insistencia de Sade en la necesidad de una posición de apatía, es decir, de ir más allá de la lujuria personal posible de obtenerse en el acto. Es lo que lleva a Lacan a ubicar ahí el imperativo moral kantiano, y es lo que, de alguna manera, explica la necesidad de esas largas disertaciones filosóficas que encontramos en los textos de Sade, en algunas de las cuales se llega a enunciar esto claramente, es decir que lo más importante es que se realice el mal, más allá de la voluptuosidad que pudiera obtener el libertino, el agente del mal, en el acto. Lacan va a dar entonces dos versiones del fantasma de Sade: Una primera versión, que es la que encontramos en la obra de Sade, que ubica el uso perverso del fantasma:
V S
d -> a ? $
Este esquema, que encontramos en la página 754 de “Kant con Sade”, vendría a ser la figuración del fantasma perverso. Vean cómo está invertida la fórmula del fantasma tal como la encontramos en la neurosis. La neurosis es $ ? a, mientras que acá encontramos la formulación inversa: a ? $, a la que Lacan le va a agregar el deseo causando esta posición, y va a ubicar esta flecha que lleva desde la posición de objeto a la V, ésta que hace del deseo voluntad de goce. Habría un deseo inicial que por el hecho de estar en esta fantasmática perversa, en esta posición de objeto, deseo que es transformado en voluntad de goce. Y la otra cuestión que va a señalar Lacan es que la división subjetiva, a su vez, se escamotea para dirigirse hacia esa S que encontramos ahí arriba, que es lo que él llama el sujeto bruto patológico, que sería el sujeto propio de la perversión, en tanto reniega de la castración. En ese sentido Lacan va a leer “La filosofía en el tocador”, particularmente su culminación, como una realización de la renegación de la castración materna, propiedad de la estructura perversa ya señalada por Freud. No sé si ustedes saben o recuerdan el final de “La filosofía en el tocador”. Eugenia, que tiene quince años, que está siendo educada en el mal, muestra desde el principio signos de odio hacia su madre, como suele ocurrir en las mujeres, y cada vez va quedando más claro que la víctima de la que se va a tratar en estas prácticas perversas va a ser justamente su propia madre. Entonces la madre llega y le hacen de todo, pero finalmente la hacen violar por un hombre que tiene sífilis, y con el pretexto de que la madre no pueda quitarse el líquido sifilítico la cosen, le cosen la vagina y el ano, entonces la mandan de vuelta a la casa, con la advertencia de que nadie va a poder cogerla, ya que está cosida. Entonces justamente lo que va a plantear Lacan a final del texto “Kant con Sade” (“La filosofía en el tocador” termina así) es hasta qué punto finalmente de lo que se trata es de coser, de suturar la castración materna. Y además, de que nadie toque a la madre, porque a partir de ese momento nadie más va a poder tocarla. Es el logro, la realización de la renegación de la castración materna, y junto con ella también se produciría ese efecto de sutura de la división subjetiva, que es lo que daría la razón del fantasma perverso. En “Kant con Sade” Lacan planteará que Sade escribe “La filosofía en el tocador” pocos años después que Kant escribe “La crítica de la razón práctica”. Y va a proponer que “La filosofía en el tocador” da la verdad de la crítica de la razón, ya que es la misma lógica que está en juego en la filosofía kantiana la que encontramos en la filosofía sadiana. Sólo que Sade da la verdad de Kant en el punto en el cual al imperativo categórico kantiano le agrega este objeto que da la verdad de ese empuje al goce que se hurta en el texto filosófico, en el que el objeto está pero se hurta todo el tiempo. Sade, en cambio, lo pone en escena, por eso dice Lacan que Sade da la verdad de Kant.
Hay una especie de congelamiento, de detención. Lacan dice: “...hay una estática del fantasma, por la cual el punto de afanisis, supuesto en $, debe hacérsele en la imaginación retroceder infinitamente.”(1) Siempre se hace retroceder el punto donde pueda aparecer la división subjetiva, el punto de afanisis. ¿Cuál sería este punto? Sería el punto de padecimiento del sujeto. Está la víctima, se le hace sufrir todo tipo de padecimientos, pero es impresionante cómo aguanta, nunca termina de estar destruida, ni siquiera llega a desvanecerse. Esa postergación del momento del desvanecimiento, que a cualquiera le sobrevendría rápidamente en esas condiciones, es índice de esta estática del fantasma, indica esta especie de congelamiento en el sujeto sin barrar. Otra cuestión que va a señalar Lacan es que hay una suerte de desprecio por el placer, mientras que lo que queda en primer lugar es la experiencia del dolor, experiencia que surge en el límite del placer como más real que el placer mismo. Y la experiencia del dolor, a su vez, llega al punto del desprecio. En la experiencia sadiana se trata del dolor, pero también se trata de un desprecio por el dolor, esta apatía, esta especie de desinterés por el dolor, ya que de lo que se trata es de que se cumpla el acto, sin importar el sufrimiento. Y en ese punto volvemos a encontrarnos con esa apatía que fue señalada por los autores como fundamental en la posición del sujeto perverso en el fantasma, que es el afecto correspondiente a una posición de sometimiento a un imperativo, a una orden que va más allá de lo que Kant llamaría “lo patológico”, que sería el interés por una persona, por un objeto, por algo particular. Aquí se trata de obedecer a esta premisa universal. En ese punto podemos encontrar en el texto de Lacan un correlato entre la máxima kantiana y la máxima sadiana. Así es como define Lacan la máxima kantiana: “Para que esa máxima haga la ley, es preciso y suficiente que ante la prueba de tal razón pueda retenerse como universal por derecho lógico. Lo cual, recordémoslo de ese derecho, no quiere decir que se imponga a todos [lo que viene es el punto del imperativo categórico], sino que valga para todos los casos o, mejor dicho, que no valga en ningún caso si no vale en todo caso.” (2). Es decir, que mi acción pueda erigirse en máxima universal, que cualquier otro sujeto, en la misma situación en la que yo me encuentro, actuaría del mismo modo. Eso sería el imperativo categórico, es esta misma lógica la que Sade va a proponer en “La filosofía en el tocador”, del cual es muy importante tener en cuenta que es un texto del momento de la Revolución Francesa, en el cual de lo que se trata es fundamentalmente de la declaración de la igualdad, y Sade forma parte de este movimiento revolucionario. Es entonces en el marco de este imperativo categórico universal que encontramos la propuesta que hace Sade en “La filosofía en el tocador” de un estado del mal. La máxima sadiana es la siguiente: “Tengo derecho a gozar de tu cuerpo, puede decirme quienquiera, y ese derecho lo ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las exacciones que me vengan en gana saciar en él.” (3). Nadie puede negarse a ser gozado por el Otro, y esto vale para todos, no hay excepción. Lacan va a plantear que la máxima sadiana enmascara la escisión subjetiva, y de lo que se trata es de este movimiento que lleva al sujeto no castrado.
Participante inaudible.
Nieves Soria Dafunchio: Ahí ya estamos hablando del fantasma masoquista. De lo que se trata en la posición del masoquista es de angustiar al Otro. Pensemos en el masoquista, no en la víctima del sádico, ya que no son posiciones complementarias. Lo que va a señalar Lacan es que es en la medida en que el masoquista busca a toda costa hacerse resto, maltratado, pisoteado por el otro, lo que provoca es la angustia. Por eso nunca su partenaire va a ser el sádico, porque en el momento en que se encuentra con un sádico ya no puede gozar dividiendo al otro, ya que el sádico no se dividirá. Pero a su vez seguramente él tampoco le provocaría tanto placer al sádico, porque para el fantasma sádico de lo que se trata es de forzar a la víctima, hay un goce en el hecho mismo de forzarla, que se desarmaría tratándose de un masoquista. Para que se mantengan los dos términos del fantasma, del otro lado tiene que haber un efecto de división. En el Seminario X, cuando Lacan aborda la posición del perverso, se trata justamente de buscar el punto de angustia, de que el otro se angustie frente a la insistencia de esa posición. Voy a ilustrarlo con otro tipo de perversión. Se trata de una anécdota que leí en algún lado, y siempre que la recuerdo me provoca risa. Se trata de un exhibicionista que va en un ascensor, entonces una mujer llama el ascensor, se abre la puerta. El tipo está desnudo bajo un sobretodo, se lo abre y la mujer le dice: “¿Sube o baja?”. Ella no se hace partenaire fantasmático del perverso, sino que más bien le desarma la escena. Por eso no son complementarios el exhibicionismo y el voyeurismo, como tampoco lo son el sadismo y el masoquismo.
Vamos a hablar un poco de Sade mismo. Lo que va a plantear Lacan es que los límites del fantasma sadianos están dados fundamentalmente por esa estática del fantasma que está ligada a la resistencia de la víctima, estas víctimas que les pasa de todo, les hacen de todo y siguen bellas, siguen compuestas. Se trata de la necesidad de provocar esta operación de transformar el deseo en voluntad de goce y desestimar la castración, denegar la castración. Lacan dirá que Sade, en su vida, rebasó los límites del fantasma. De alguna manera podríamos decir que Sade atravesó su propio fantasma en su vida. Si bien, como les decía, Sade evidentemente intentó prácticas perversas y de hecho llevó a cabo varias de ellas, Lacan lee del hecho de que Sade haya pasado buena parte de su vida en prisión, el que se haya hecho atrapar varias veces, (porque se escapó y lo volvían a agarrar), lee esto como dando la verdad de su posición, que en realidad también es señalada por otros autores. Hay varios autores que señalan que si bien Sade planteaba en sus escritos que había que desterrar el amor, que el amor era una cosa que había que dejar de lado porque rompía con la máxima universal, porque el amor hace que uno se apegue a un objeto particular y eso ya sería patológico (desde el punto de vista kantiano), ya que de lo que se trata es que uno pueda gozar del cuerpo del otro, entonces es fundamental no amar, porque si ama ya no va a querer que cualquiera goce de su cuerpo. Sin embargo, lo que van a plantear varios autores es que parece que Sade tuvo experiencias amorosas. Por empezar, tuvo una esposa que nunca quiso despegarse de él salvo al final de su vida, donde Sade tuvo un episodio delirante, lo que habla bastante de su estructura, que seguramente no era perversa, pero no sabemos si era neurótica o psicótica. Después de este episodio, que duró mucho tiempo, un delirio de celos cuando él estaba preso, recién entonces la mujer se recluyó en un convento y gestionó la separación, pero ya en los últimos años de la vida de Sade. Pero hasta ese momento Sade, con la complicidad de ella había tenido múltiples relaciones de todo tipo, con mujeres y con hombres, con el conocimiento de ella, y sin embargo ella jamás dejó de amarlo y siempre trató de sacarlo de la cárcel, de hacer presentaciones frente a los tribunales...
Participante: ¡Que posición peculiar la de esta mujer!
Nieves Soria Dafunchio: Sí, muy peculiar. Hay algo del orden del amor en la relación entre ellos. Digamos que él se apegó a un objeto particular, no sólo su mujer, también estuvo enamorado de su cuñada. Su cuñada se escapó con él durante bastante tiempo, con el conocimiento de la esposa de él. Hubo varias mujeres con las que vivió amores no muy largos, a la vez que mantenía la relación con su esposa. Lo que va a plantear Lacan es que él no se negó ni el amor, ni la ternura, ni la generosidad. Otro camino sigue su planteo filosófico: si podés elegir entre no hacer nada y joder al otro, tenés que joder al otro, para seguir el camino de realización del mal que anima a la naturaleza. Sin embargo él, por ejemplo, salvó de la guillotina a sus suegros, cuando su suegra Mme de Montreuil fue la que más hizo para que verlo entre rejas . Sade fue un poco perseguido por su suegra, que estaba desesperada porque la hija, a pesar de todas las cosas que hacía Sade, seguía enamorada de él, queriendo estar con él y tratando de salvarlo. Como era una mujer muy poderosa, logró que lo capturen y lo metan preso. Sin embargo, cuando vino la Revolución francesa, posrrevolución, Sade llegó a ser funcionario, y en ese momento salvó a los suegros de la guillotina. Lacan va a proponer entonces que la posición de Sade no era la de objeto en el fantasma, sino la de sujeto dividido, y que él había atravesado su fantasma. Y éste es el fantasma que va a proponer para la posición de Sade:
a V
$ S ? d
Va a ubicar acá a Sade, en la posición de $, y en este lugar de la voluntad de goce va a ubicar a la suegra, y va a decir que está claro que él, como sujeto dividido se somete a la orden del superyó y ubica en el lugar del superyó a la suegra, a la suegra que lo hace encerrar. No solamente la esposa de Sade era cómplice y siempre que podía trataba de rescatarlo, sino que tenía todo un grupo de gente alrededor. Estaba el valet, que participó de muchas de las fechorías que hizo Sade. Ambos dos fueron varias veces sentenciados por distintos actos que cometieron conjuntamente, por ejemplo de violación de mujeres. El valet lo seguía a todas partes permanentemente, le conseguía víctimas. A veces las conseguía por la fuerza, otras veces buscaba prostitutas, les pagaba y las llevaba a la casa. De todos modos terminaban denunciándolo porque se pasaba de los límites. Pero siempre estaba el valet con él. Estaban la mujer, el valet y la cuñada. Una de las veces que escapó de prisión estuvo como dos años manteniendo una relación amorosa con la cuñada. Su mujer lo sabía y lo aceptaba, ya que Sade no podía quedarse con ella porque lo encontrarían fácilmente. Entonces acá él va a ubicar en el lugar del sujeto patológico a estos amores de Sade que son la mujer, el valet y la cuñada (estos sujetos que lo quieren, que están apegados a él, que le son fieles). Lo que va a plantear es que Sade está en la vida, no en la obra, como sujeto dividido, que está dividido por esa voz que empuja a gozar, que es la voz del superyó que en su vida estuvo encarnada por su suegra.
Referencias bilbliográficas.
1) Lacan, Jacques. “Kant con Sade”, en Escritos 2. Siglo veintiuno editores. Buenos Aires, 1985. Pag. 754. 2) Ibid. Pág. 746. 3) Ibid. Pág. 747.
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