Nuestra referencia de hoy serán las “Antimemorias”, de André Malraux. Es un libro que salió publicado en Francia en 1968, y parece que Lacan había estado leyéndolo en esos días cuando Maud Mannoni organizó unas jornadas sobre psicosis en la infancia en las que le pidió a Lacan que hablara a modo de cierre. Lacan está imbuido en la lectura de este texto, y hace una referencia a estas memorias que Malraux escribió en la posguerra, pero que tratan fundamentalmente de la Segunda Guerra Mundial y sus efectos. De algún modo la pregunta que atraviesa el texto es qué hombre ha quedado luego de esta destrucción generalizada.
Las “Antimemorias” de Malraux comienzan así: “Huí, en 1940, con el futuro Capellán de Vercors. ” Malraux escapa en el momento de la ocupación nazi. “...Poco tiempo después de la evasión, volvimos a encontrarnos en la aldea de Drome, donde era cura y entregaba a manos llenas certificados de bautismo de cualquier fecha a los israelitas con la condición de bautizarlos: “Siempre les quedará algo…” Nunca había estado en París. Había terminado sus estudios en el seminario de Lyon. Iniciamos la incesante conversación de quienes vuelven a encontrarse en el aroma de la aldea nocturna.”
Le pregunta Malraux “¿Cuánto tiempo hace que confiesa?” El responde: “Unos quince años.” Le pregunta Malraux “¿Qué le ha enseñado la confesión, sobre los hombres?” Le responde el cura: “¿Sabe usted? La confesión no enseña nada, porque no bien se pone uno a confesar se convierte en otra persona. Está la Gracia de por medio. Y sin embargo… Ante todo, la gente es mucho más desdichada de lo que pensamos. Y además… Levantó sus brazos de leñador en la noche estrellada. -Y además, lo que pasa es que en el fondo no hay gente madura.”
Esta es la referencia que va a tomar Lacan cuando es invitado a hablar en la clausura de estas jornadas sobre la psicosis en la infancia. Hay que tener en cuenta que Lacan tiene como interlocutores a los antipsiquiatras, Maud Mannoni se conecta con la corriente antipsiquiátrica, que surge en la posguerra como alternativa al abordaje clásico de la psicosis, basado en el encierro.
Lacan tomará posición respecto de esa perspectiva, planteando que no va a abrir, ni cerrar problemas, sino que se dedicará a situarlos. Sutilmente, Lacan pondrá en cuestión el ideal de libertad propuesto por la antipsiquiatría. Es así que comienza resituando la cuestión de la libertad en relación con la locura, retomando esa famosa frase de “Acerca de la causalidad psíquica”, en la que señala a la locura como límite de la libertad, acentuando que el ser del hombre no sería tal si no tuviera a la locura como límite a la libertad.
A la propuesta antipsiquátrica de liberar al loco, Lacan responde que justamente la locura misma es una manifestación de la libertad. En su interés por situar el problema, Lacan va a comenzar designando las coordenadas de la época, como la puesta en cuestión de todas las estructuras sociales por el progreso de la ciencia, profetizando que aquello con lo que vamos a tener que vérnoslas, y siempre de manera cada vez más urgente, es con la segregación. Es en este punto que propone como contrapartida al debate sobre la libertad del loco, el debate sobre el problema de la segregación como problema de la época:
“Los hombres entran en un tiempo que llamamos planetario, donde se van a informar de algo que surge de la disolución de un antiguo orden social que simbolizaré por medio del imperio, tal como su sombra se perfiló aún durante mucho tiempo en una gran civilización, para que se sustituya a él, algo bien diferente, que no tiene para nada el mismo sentido, los imperialismos...”
Se trata aquí de los imperialismos soviético y norteamericano, habría que resituar el problema en la época actual, posmuro de Berlín, en la que se vuelve a hablar de imperio. De todos modos me parece que lo que él plantea en ese momento respecto de los imperialismos es totalmente vigente, ya que dice:
“En los imperialismos la cuestión es la siguiente ¿Cómo hacer para que masas humanas consagradas al mismo espacio, no solamente geográfico sino llegado el caso familiar, permanezcan separadas?...”
De modo que la segregación tiene que ver con la separación de masas. Esta cuestión es retomada por Lacan en varias oportunidades, refiriéndose a los jardines de infantes, las guarderías, los geriátricos, como campos de concentración. Es el mismo problema que situó también en la “Proposición del 9 de octubre de 1967 para el psicoanalista de la escuela”, cuando se refería a los campos de concentración como algo que va más allá de la experiencia de la Segunda Guerra, como un dispositivo de separación de masas humanas que quedó definitivamente instalado desde entonces.
Lacan continúa diciendo: “Se trata de saber cómo nosotros, quiero decir los psicoanalistas, vamos a responder a esto, a la segregación puesta al día por una subversión sin precedente.” Claramente está ubicando el problema en la posición que va a asumir el psicoanalista respecto de la problemática de la segregación y es interesante porque la cuestión del niño psicótico va a quedar entonces enmarcada en ese campo.
Entonces dirá: “El pecado más grande es la tristeza, tenemos que preguntarnos cómo nosotros, que estamos comprometidos en este campo que acabo de cernir, podemos sin embargo, estar afuera.” Nosotros que estamos comprometidos en este campo en el que opera la segregación, que estamos ahí adentro, cómo podemos de todos modos, estar fuera. Lacan está aludiendo a la institución hospitalaria, también a las instituciones en las que se interna a los psicóticos, que también serían una modalidad que toma la segregación. Y propone la posición del psicoanalista como una posición topológica que escapa a la lógica adentro-afuera. En el caso del loco, no se trata entonces de encerrarlo o de liberarlo, sino de qué posición asumirá el psicoanalista al abordarlo.
Va a definirse entonces como alguien alegre, testimoniando de que su única tristeza es que cada vez tiene menos gente con la cual compartir su alegría, y va a plantear que los psicoanalistas no parecen demasiado valientes ni demasiado alegres para sostener su condición. Hace una crítica a la posición de los psicoanalistas, diciendo: “¿Estamos a la altura de lo que parece que estamos llamados a llevar, a portar, a partir de la subversión freudiana, que es el ser-para-el-sexo?” En la posición antifilosófica que lo caracteriza, contrapone al ser-para-la-muerte del filósofo el-ser-para-el-sexo del psicoanalista, como aquello que tiene que encarnar el analista.
De algún modo Lacan plantea que ya a partir de Freud sabemos que en cuanto al ser-para-la-muerte estamos en el plano de la destrucción del otro, que para el ser hablante es de la muerte del otro de la que se trata siempre. Es el plano que alimenta la lógica de la segregación. De lo que se trata en el psicoanálisis, por el contrario, es del ser-para-el-sexo.
En este plano, al contrario de lo que ocurre con el ser-para-la-muerte, el psicoanalista demuestra que cuando se es dos, la castración que el sujeto descubre sólo podría ser la suya. A diferencia del ser-para-la-muerte, donde siempre se trata de la muerte del otro, en el plano del ser-para-el-sexo siempre se trata de la propia castración, y es esta posición la que resulta difícil a los psicoanalistas de sostener. En este punto va a hacer referencia a la presencia del psicoanalista.
Lacan agregará una nota a esta transcripción de su intervención, en la que refiere que se prestó para ir a esas jornadas para rendirle homenaje a Maud Mannoni, y entonces rinde homenaje a la presencia de Maud, a cómo ella con su pregunta logró interesar a un montón de gente y armar ese espacio. Se referirá entonces a la presencia del analista como referencia en el centro ciego del discurso analítico: “...que la presencia de la que se trata es una presencia que solamente vale en la medida en que se borra, como ocurre en la matemática. Sin embargo hay una en el psicoanálisis que se suelda a la teoría, es la presencia del sexo como tal, a entender en el sentido en que el ser hablante lo presenta como femenino.”
El sexo femenino, la presencia de lo femenino, como aquello que se suelda a la teoría en el psicoanálisis. “¿Qué quiere la mujer? Es, lo sabemos, la ignorancia en la que permanece Freud hasta el final. Lo que la mujer quiere, por estar aún en el centro ciego del discurso analítico, conlleva en sus consecuencias, que la mujer sea psicoanalista nata….” Ubica en este punto, muy interesante, del ser-para-el- sexo, la problemática del deseo femenino, de lo que quiere una mujer, como lo que queda por fuera del discurso, por fuera pero en el centro, en el centro ciego del discurso analítico. Por esa vía podemos situar la función de la presencia del analista como la presencia del sexo femenino. Cuando decimos el sexo femenino decimos la presencia de ese agujero, que es real. Va a plantear que fue esta presencia de Maud la que lo llevó a él a ubicarse en esa posición y a hablar de ese modo, para finalmente decir: “¿Cuando se verá que lo que yo prefiero es un discurso sin palabras?” Lo cual me parece muy interesante porque justamente el discurso sin palabras, me parece que hay que pensarlo del lado de la presencia del analista. La presencia del analista como una presencia que excede la dimensión de lo simbólico, en ese punto sin palabras. Es de discurso, o en todo caso es un resultado de un discurso, pero no es de palabra. En ese mismo lugar podemos ubicar también lo femenino.
¿Cómo queda ubicada la referencia de las “Antimemorias” en este planteo? Queda ubicada en el plano de la función del analista respecto de la problemática de la época, respecto de la problemática de la segregación. Va a decir que hay una serie de problemas que se plantean en la época, por un lado, el derecho al nacimiento; pero también “… ese derecho que grita por el cuerpo suyo, donde se vulgariza, en los discursos del siglo, un adagio del liberalismo y donde la cuestión es saber si por el hecho de la ignorancia de ser entendido como objeto de la ciencia, no vamos a caer directo a despedazar este cuerpo…”. Esto me parece que tiene que ver, por un lado, con la posibilidad del transplante de órganos, pero más en general, con todas las posibilidades que se abren por la ciencia en la vía de la sustitución de las diversas partes del cuerpo, hasta transformarlas en objetos descartables.
Y es en este punto que señala: “¿No disciernen la convergencia de lo que estuve diciendo hoy? ¿Puntualizaremos con el término de “niño generalizado” la consecuencia de ello?” Y aquí viene la referencia a Malraux: “Ciertas Antimemorias que en estos días son de actualidad, son abiertas por el autor con esta confidencia de extraña resonancia, con la cual un religioso lo despidió: terminó creyendo, verá usted, en el ocaso de mi vida, que no hay personas maduras...”, y Lacan dice: “Esto es lo que signa la entrada de una cantidad de gente en la vía de la segregación.”
Esta problemática es retomada por Eric Laurent en un artículo que está traducido como “Las personas grandes y el niño”. El planteo es que la Segunda Guerra Mundial termina con el hombre que había existido hasta ese momento, y que en la posguerra ya se trata de otro hombre. Hay otra parte del texto de las “Antimemorias” de Malraux, que retoma Eric Laurent, que no es tomada explícitamente por Lacan, que es muy interesante. Se trata de una mujer, sobreviviente de un campo de concentración, que vuelve a París. Malraux le dirige una pregunta en la misma vía que la que le había hecho al cura, en este caso: ¿qué le enseñó su estadía en un campo de concentración? Y ella le responde que cuando volvió a París estaba teñida por una especie de silencio, tomaba distancia de eso. Hay allí una cuestión respecto de la mirada del padre, del temor de sus padres a hablarle, y finalmente la mujer termina describiendo una escena en donde ella va por una avenida en París, no se encuentra del todo allí y siente una mirada que se desvía de su rostro. Ella supone que es porque su rostro está devastado por la experiencia vivida, entonces la gente mira para otro lado, no quiere ver su cara, su cara de sobreviviente de un campo de concentración.
Es esta cuestión la que retoma Laurent, sirviéndose del mismo texto de referencia que Lacan, para plantear que cuando Lacan habla del niño generalizado, está ubicando esa mirada, surgida en la posguerra, que se desvía del dolor, esa mirada que quiere entretenerse. Es el momento de expansión de la industria del entretenimiento, de modo que el sujeto que surge de la Segunda Guerra es el televidente, que busca hipnotizarse, que busca entretenerse, distraerse del dolor. En ese sentido podemos hablar de la banalización del dolor o de la violencia, que propone la televisión, donde ya en algún punto nada nos conmueve o en donde todo es casi lo mismo, tanto una telenovela como un accidente fatal o un hecho policial. Todo pasa a ser en última instancia un entretenimiento más.
Pero hay algo del peso, de la densidad del dolor que implicó el acontecimiento de la Segunda Guerra, de lo que parece que el hombre busca escaparse. En ese punto, lo que va a ubicar Laurent en ese artículo es la mirada que no quiere ver, esa mirada que se empecina en distraerse, hipnotizarse y demás, como la mirada infantil. La mirada del niño que no quiere saber nada de aquello con las que tiene que vérselas un adulto, una persona madura, que sería asumir la responsabilidad, y asumir esa responsabilidad que implica tener que enfrentarse, por ejemplo, con el dolor.
Lacan va a localizar la responsabilidad en el ser-para-el-sexo, lo que también será retomado por Eric Laurent, quien va a plantear que el niño lo que mira en el Otro, lo que indaga, es el deseo materno. Dado que se trata de un texto que indaga acerca del fin de análisis de un niño, Laurent plantea que un niño puede llegar hasta cierto límite en su análisis, ya que no puede asumir la responsabilidad por el sexo, no puede asumir el ser-para-el-sexo; no está en condiciones de asumirlo, sólo está en condiciones de indagar el deseo materno, jamás va a enfrentarse con lo que quiere una mujer en tanto tal.
En ese punto Laurent lee en esa intervención de Lacan, justamente cómo Lacan ubica la problemática de la segregación propia de la época, respecto de este no querer mirar lo otro, no querer mirar la alteridad. La segregación es entonces la solución: todos los que gozan de una misma manera juntos. Se traa de comunidades organizadas según los modos de goce. Podemos caricaturizarlo así: la salita verde, la salita rosa, la salita celeste: el niño generalizado, separado según su modo de goce. Según para donde vaya en cada niño la modalidad de goce, es la comunidad en la que se va a encontrar, como ocurre en internet respecto, por ejemplo, de la oferta de goce sexual, o de pareja.
Se trata de esta lógica: el mantenimiento de masas humanas separadas, juntas y separadas a la vez. Lacan siempre que habla de la segregación dice que se trata de mantenernos juntos separados, es la lógica de “Tótem y tabú”. Hay todo un esfuerzo en hermanarse que da cuenta de una lógica segregativa, “Gran Hermano” es el ejemplo más contundente de ello. Pero ¿quién es el hermano por excelencia? El niño, la infancia está marcada por el complejo fraterno. Si abordamos este complejo desde la lógica de “Tótem y tabú”, de lo que se trata es de estar en última instancia al amparo del encuentro con una mujer, ya que lo que se garantizan todos los hermanitos es que ninguno tendrá el problema de enfrentarse con las mujeres.
Podríamos decir entonces que la propuesta que puede leerse en esta perspectiva introducida por Lacan a partir de lo que él pesca en las “Antimemorias” de Malraux, en esa frase del cura, es, por un lado, que la respuesta del cura da cuenta de la entrada de todo un mundo en el plano de la segregación. Se trata de un momento histórico en el cual se generaliza la condición infantil, que va a dar lugar a la segregación. Así es planteado el problema con el que tenemos que vernos los psicoanalistas luego de la Segunda Guerra. Lacan propone como alternativa a la posición infantil, la posibilidad de portar el ser-para-el-sexo, que implica para Lacan atravesar la tristeza. Incluso termina diciéndoles que le gustaría que cada uno diga qué es lo que lo pone contento de su tarea. Como una posición que se ubica en las antípodas de cualquier posición nostálgica.
Es interesante que Lacan no apele en ningún momento al restablecimiento del padre ideal, sino que a lo que apela es a que el analista esté suficientemente desprendido de su propia posición de niño deprimido que quiere divertirse, que quiere entretenerse, y que pueda asumir esta posición que denomina el ser-para-el-sexo, que está ligada a la presencia del deseo femenino. En este punto se trata de asumir la propia condición sexuada, que es la verdadera, incluso podríamos decir que la única responsabilidad del adulto, tal como señalaba Lacan en el seminario 23 cuando decía “no hay responsabilidad sino sexual”.
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