Me interesa ubicar las perspectivas de los conceptos de mutación y degeneración, que es posible encontrar en la enseñanza de J. Lacan a la hora de dar cuenta de cierta modificación irreductible en la especie hablante, que condensarÃamos en el sintagma: “dimisión paterna generalizada”, para plantear finalmente la posición del psicoanalista frente a la subjetividad de la época.
La dimisión paterna generalizada: del síntoma al trastorno.
Introducción.
J. Lacan advirtió muy tempranamente la caída de la función paterna, sin dejar de inquietarse por la manera en que afectaría al discurso analítico, tal como lo prueba el siguiente párrafo de su seminario sobre las psicosis:
“Dentro de dos o tres generaciones, ya nadie entenderá nada, nadie dará pie con bola, pero, por el momento, en conjunto, mientras el tema del complejo de Edipo permanezca ahí, preserva la noción de estructura significante, tan esencial para ubicarse en la neurosis” (1).
1) La mutación del discurso La mutación es un cambio que aparece bruscamente en un ejemplar de una especie orgánica y que se transmite por herencia, es decir, que afecta a las generaciones posteriores. Se trata de una modificación aleatoria que cambia un gen o cualquier parte de la cadena del ADN, lo que implica una nueva escritura de la misma. Y como de escritura se trata, tomaré como punto de partida la mutación del discurso del amo que da lugar al discurso capitalista, a la que hace referencia J. Lacan en su seminario El reverso del psicoanálisis: “La finalidad de estas observaciones es que se sorprendan y se planteen al menos una pregunta concerniente al discurso del amo: ¿cómo dicho discurso, que se entiende tan maravillosamente bien, puede haber mantenido su dominación? Tal y como lo prueba este hecho, que explotados o no, los trabajadores trabajan. Nunca, desde que la humanidad existe, se ha concedido tanto honor al trabajo. Hasta se excluye la posibilidad de que no se trabaje. Es todo un éxito, desde luego, de lo que llamo el discurso del amo. Para ello, ha tenido que sobrepasar ciertos límites. Para decirlo todo, llega hasta eso, en una mutación que traté de señalarles. Espero que se acuerden, y si no se acuerdan -es muy posible-, voy a recordárselo enseguida. Hablo de aquella mutación capital, también ella, que da al discurso del amo su estilo capitalista” (2). Sabemos que este discurso es formalizado por Lacan en una conferencia en la Universidad de Milán (3).
En esta mutación se trata de una inversión de lugares entre el S1 y el $, en infracción con el modo en que se modifican los cuatro discursos clásicos de Lacan: por rotación de un cuarto de vuelta. Es decir que se trata de una mutación que afecta, por un lado al sujeto, y por otro, a la estructura misma del discurso. El sujeto en el discurso capitalista no está dividido entre dos significantes, como ocurre con el sujeto del discurso del amo clásico, que es el sujeto del inconsciente. Este nuevo sujeto, mutado, está dividido directamente por la falta-en-gozar, está directamente afectado por una flecha que proviene de pequeño a. Es el consumidor, que lejos de dejarse afectar por sus S1, los manipula con fines de goce, en la búsqueda insaciable de un gadget siempre nuevo que colme su división, demanda con la que enventualmente puede encontrarse el psicoanalista en nuestra época. El discurso, por su parte, comienza a funcionar de un modo nuevo. Desaparece la doble barra de lo imposible que habita a los demás discursos, disponiéndose las flechas de un modo tal que la relación entre los cuatro lugares es circular y continua. Lo que no deja de afectar entonces a la posibilidad de transformación en alguno de los otros discursos. Sabemos que los discursos de la universidad, de la histérica y del psicoanalista son derivaciones que se vuelven posibles a partir del punto de imposibilidad que habita al discurso de partida, que es el discurso del amo. Digamos que este nuevo sujeto, producto de una mutación, está ubicado en un discurso que es una ruptura radical con las modalidades discursivas previas, es decir que habla otra lengua. Habla una lengua deshabitada de lo imposible, que deja de lado las cosas del amor, que no hace síntoma. Este rechazo radical hace que cuando ese movimiento circular se detiene por alguna contingencia de la vida del sujeto, lo imposible retorne de un modo absoluto, en lo que da en llamarse trastorno: este nuevo sujeto no se angustia, entra en pánico. No pierde el apetito por amor, se vuelve anoréxico, no se confronta con el vacío: lo consume como sustancia o se deja aplastar por él en la depresión. Etc, etc...
2) La mutación de la ciencia. La posibilidad de mutación del discurso del amo en su versión capitalista no deja de ser la consecuencia de una mutación previa, “...mutación decisiva que por la vía de la física funda La ciencia en el sentido moderno, sentido que se pone como absoluto” (4), según señala Lacan en La ciencia y la verdad. El surgimiento de La ciencia posibilita esa alianza entre el amo y el saber que prefigura las coordenadas actuales en el marco de las cuales el imposible de gobernar busca su sutura en el recurso a una supuesta cientificidad, eventualmente ofertada por las TCC en el campo de la salud mental. Lacan lo señalaba en La ciencia y la verdad de este modo: “...la psicología que ha descubierto los medios de sobrevivirse en los servicios que ofrece a la tecnocracia” (5) Y Miller lo indicaba recientemente en su curso: “Esto es una consecuencia fastidiosa de lo que se produjo en determinado momento de la historia: la alianza del amo, que se burlaba del saber, que no tenía nada que hacer con él, que se lo dejaba a los esclavos, y luego, en determinado momento, se produce una alianza entre el amo y el saber” (6). A partir del momento en que el amo echa mano al saber, el recurso es a la comunicación científica, ya que, tal como señala Lacan en La ciencia y la verdad, “...en la ciencia, en oposición a la magia y a la religión, el saber se comunica” (7). Pero la consecuencia es la sutura del sujeto: “...la forma lógica dada a ese saber incluye el modo de la comunicación como suturando al sujeto que implica” (8). Es en este punto que reencontramos al sujeto del discurso capitalista, ya que lo que queda suturado por esta operación es la división entre saber y verdad, que es, como señala Lacan, “nuestra división experimentada del sujeto” (9). Podría decirse que la división entre saber y verdad tiene un nombre: el inconsciente. Y podría decirse entonces que el trastorno es un nombre de esta mutación posibilitada por la introducción del discurso de la ciencia, mutación que vuelve posible la desconexión del inconsciente, y en consecuencia, del síntoma. Es lo que señalaba J. Lacan en la última clase de su seminario Les non-dupes errent: “Quien no está enamorado de su inconsciente, yerra. Esto no dice absolutamente nada en contra de los siglos pasados. Ellos estaban tan enamorados de su inconsciente como los demás, y en consecuencia, no erraron. Simplemente, no sabían hacia dónde iban, pero en cuanto a estar enamorados de su inconsciente, ¡lo estaban! Se imaginaban que era el conocimiento. Ya que no hay necesidad de saberse enamorado del propio inconsciente para no errar, basta con dejarse hacer, con ser su incauto. Por primera vez en la historia, les es posible a ustedes errar, es decir, rehusar amar vuestro inconsciente (...)” (10).
3) La degeneración catastrófica. La degeneración es un término que, así como el de mutación, proviene de la genética. Significa ser un individuo vivo de peor calidad que sus antecesores. Implica un juicio de valor, y Lacan no se priva de hacerlo, en el seminario mencionado. Allí indica que en la época actual la nominación paterna es sustituida por el nombrar-para, nominación para la cual generalmente alcanza con la madre, que designa un proyecto para su hijo, y que finalmente, cuando se prefiere este tipo de nominación al nombre del padre, lo social toma una prevalencia de nudo. Y termina preguntándose: “¿Acaso este nombrar-para no es el signo de una degeneración catastrófica?” (11). La mutación toma entonces para Lacan la forma de la degeneración cuando se trata de la pérdida de dimensión amorosa que introduce la nominación paterna. Efectivamente, la nominación paterna humaniza el deseo, mientras que en el nombrar-para se trata más bien de un deseo congelado en un proyecto. Nominación que da lugar a un nuevo tipo de ser hablante, el no incauto. Aquél para quien la vida es un viaje, y él es el proyectil que sigue una trayectoria lineal predeterminada. La prevalencia de nudo que toma lo social en esta mutación de la nominación da cuenta de los colectivos de expertos y los comités de ética como un recurso que en su último curso Miller no duda en interpretar como el resultado de la angustia frente a lo arbitrario de toda decisión (12). Efectivamente, se trata de la angustia frente a la función paterna, que es una función de nominación, acto por excelencia que, en tanto tal, no es resultado de un saber, y que por ello le da a su agente estatuto de síntoma. Así, podríamos definir a ésta como una época de dimisión paterna generalizada, que no deja de tener efectos en el campo psi: lo que se verifica en las TCC es un intento de garantizar la ausencia de deseo del lado del terapeuta. Cero de deseo, cero de subjetividad, cero de pathos, asegurarían la forclusión del sujeto y por ende, su inclusión en el campo científico. En este estado de cosas el terapeuta se vuelve un administrador de cuestionarios, recetas, ejercicios, y finalmente, métodos de evaluación, en el afán de tratar esa entelequia desencarnada que es el trastorno. Es perfectamente sustituible, podría ser cualquiera. El lazo terapeuta-paciente es democrático, volviéndose sospechosa la transferencia con su poder.
4) El psicoanalista como síntoma. Estar a la altura de la subjetividad de la época implica estar advertidos de esta mutación-degeneración. Implica saber que eventualmente tenemos que vérnoslas con seres hablantes que no hablan con metáforas y metonimias, que no tropiezan con la una-equivocación, que sólo quieren responder cuestionarios y recibir garantías de eficacia. Seres hablantes que prefieren consumir TCC a psicoanálisis (que atentaría contra los derechos del consumidor), que quieren que se les enseñe a autosugestionarse en una ilusión de individualidad y aparente libertad que les permita escapar a su horror a la posibilidad de que alguien se autorice a encarnar la función paterna. El deseo del analista se acerca a la función paterna en varios aspectos, Lacan lo señala en algunas oportunidades. Por supuesto que no se trata de un recurso dogmático al nombre del padre, y mucho menos de la promoción del padre ideal. Se trata de esa responsabilidad, que por otra parte siempre es sexual, que implica hacerse cargo del acto, soportando la ausencia de garantía, soportando la asimetría que implica la transferencia, y operando con un medio-decir habitado por un deseo de separación. En este punto propongo que en la actualidad el psicoanalista no debe retroceder frente al horror al acto propio de la época, apostando a la dimensión poética del acto interpretativo, apostando entonces al forzamiento de la dimensión del síntoma en este ser hablante mutado, incluso siendo su soporte, para quien consienta a dejarse traumatizar por él.
Referencias bibliográficas
1) Jacques Lacan. Seminario 3, “Las Psicosis”. Ed. Paidós. Barcelona. 1985. Pág. 455. 2) Jacques Lacan. Seminario 17, “El reverso del psicoanálisis. Ed. Paidós. Buenos Aires. 1992. Pág. 181. 3) Jacques Lacan. “Del discurso psicoanalítico”, conferencia del 12/5/72, Milán. Inédita. 4) Jacques Lacan. “La ciencia y la verdad”, en Escritos 2. Ed. Siglo XXI. Buenos Aires. Pág. 834 5) Jacques Lacan. Ibid. Pág. 838. 6) Jacques- Alain Miller. “Pièces detachées”, curso del 12/01/2005. Inédito. 7) Jacques Lacan. Ibid 4) Pág. 855. 8) Ibid. 9) Ibid. Pág. 835. 10) Jacques Lacan. “Los no incautos yerran”, clase del 11/6/1974. Inédito. 11) Jacques Lacan. Ibid. Clase del 19/3/1974. 12) Jacques- Alain Miller. “Pièces detachées”, curso del 13/4/2005. Inédito.
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