Una alegoría de nuestra praxis
Los
atajos de la época
Hoy hay tantas
carreteras principales que la configuración del orden simbólico es otra que
aquella del Seminario 3. Tantos significantes amo que polarizan
significaciones, tantos aglomeramientos, tantos embotellamientos… tantos
universos de discurso, a la vez tan rígidos y tan débiles…
Laberintos en los que se desgaja un goce errático,
cambiante en su orientación. Mutación,
degeneración catastrófica, sentenciaba Lacan. Trastornos, certifica el DSMIV.
Trastorno: un atajo
para salir de otro atajo. Directo al objeto, como el síntoma actual. Cómete tu alfajor. El cortocircuito se duplica, alejando al ser
hablante de lo más preciado que tiene: la palabra, y con ella la posibilidad
del deseo.
En otro lugar, el camino
del análisis. Un camino incierto. No se ve adónde llega. Parece perderse en el horizonte deshabitado del ser, en el
que a veces, se capta un pedazo de real.
Se entra a él con un
guía ciego y mudo. La presencia de una mirada, de una voz. Un guía que no
conoce el camino. Está animado por un deseo insólito en cuyo corazón habita una
rara pasión: la pasión de la ignorancia. él también se aventura en ese camino.
No es un camino recto.
Avanza y retrocede. Los pasos van y vuelven. Unas huellas borran otras
similares: a la manera de quien se pierde en un bosque, el caminante encuentra,
a veces con dolor, a veces con sorpresa, a veces con entusiasmo, que ya estuvo
allí. Varias veces.
No es un camino
preestablecido, fijo. Cambia incesantemente y sin embargo… es un camino. Hay
una orientación.
No es un camino que
empieza y termina. Son trayectos y nunca se sabe cuál será el último.
Camino abierto, camino
que se hace al andar.
Para salir de un atajo,
un desvío.
Los
caminos del análisis
Son numerosas,
diversas, inclasificables, las señales que orientan el camino. Señales siempre
nuevas, que van surgiendo al paso del caminante y su guía. Suelen ser
enigmáticas, entonces el caminante espera la lectura del guía.
Sorpresa: sus
indicaciones, cuando las da, suelen ser tan enigmáticas como las señales…
aunque a veces son tan claras y precisas como un gesto que señala un lugar por
donde seguir o no.
A veces el caminante
cree entender las señales y aprieta el paso, confiado de saber el camino. Lo
perturba entonces la palabra del guía, que indica un camino lateral
desapercibido. El horizonte se abre ahora al costado, luego hacia atrás…
A veces el caminante está cansado y no quiere seguir.
Otras veces desespera pensando que siempre necesitará un guía para andar. Pero
tampoco sabe hasta cuándo lo va a acompañar, da la sensación de que en
cualquier momento se puede ir. También va descubriendo que es un guía singular,
que a veces parece no saber, que incluso a veces parece seguirlo.
Quizás el caminante
tropieza, quizás se acerca peligrosamente al abismo. El guía lo acompaña,
alguna vez le tiende una mano, otra no.
De pronto una zona en
la que no hay señales… el guía permanece en silencio.
El caminante se sienta
sobre una piedra y traza un mapa,
escribe sobre él. Y retoma el camino.
Sigue siendo el mismo
pero también es otro.
Se encontró cada tanto
con otros caminantes con sus guías, que seguían senderos insospechados, incluso
desestimados para él por su guía.
Vino con una mochila,
en el camino fue juntando cosas. Algunas le sirvieron un tiempo, otras se las
quedó simplemente porque le gustaban. Otras le seguían sirviendo pero las tiró
igual.
También tiró algunas de
las cosas que traía desde el comienzo. Se dio cuenta de que llevaba cosas
inútiles que le pesaban. Perdió algunas que apreciaba especialmente en alguna
escalada, las vio caer al vacío.
Otras siguen en su mochila.
Llegó a gustar de las
vueltas, los rodeos, los desvíos. También se rió recordando el día en que buscó
un guía creyendo saber adónde iba.
Y sigue caminando.
Nieves
Soria Dafunchio
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