Nieves Soria
PSICOANALISTA
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EL PSICOANÁLISIS Y LA ÉPOCA
 

Una alegoría de la praxis


Una alegoría de nuestra praxis

 

Los atajos de la época

Hoy hay tantas carreteras principales que la configuración del orden simbólico es otra que aquella del Seminario 3.  Tantos significantes amo que polarizan significaciones, tantos aglomeramientos, tantos embotellamientos… tantos universos de discurso, a la vez tan rígidos y tan débiles…

Laberintos  en los que se desgaja un goce errático, cambiante en su orientación. Mutación, degeneración catastrófica, sentenciaba Lacan. Trastornos, certifica el DSMIV.

Trastorno: un atajo para salir de otro atajo. Directo al objeto, como  el síntoma actual. Cómete tu alfajor. El cortocircuito se duplica, alejando al ser hablante de lo más preciado que tiene: la palabra, y con ella la posibilidad del deseo.

En otro lugar, el camino del análisis. Un camino incierto. No se ve adónde llega. Parece perderse en el horizonte deshabitado del ser, en el que a veces, se capta un pedazo de real.

Se entra a él con un guía ciego y mudo. La presencia de una mirada, de una voz. Un guía que no conoce el camino. Está animado por un deseo insólito en cuyo corazón habita una rara pasión: la pasión de la ignorancia. él también se aventura en ese camino.

No es un camino recto. Avanza y retrocede. Los pasos van y vuelven. Unas huellas borran otras similares: a la manera de quien se pierde en un bosque, el caminante encuentra, a veces con dolor, a veces con sorpresa, a veces con entusiasmo, que ya estuvo allí. Varias veces.

No es un camino preestablecido, fijo. Cambia incesantemente y sin embargo… es un camino. Hay una orientación.

No es un camino que empieza y termina. Son trayectos y nunca se sabe cuál será el último.

Camino abierto, camino que se hace al andar.

Para salir de un atajo, un desvío.

 

Los caminos del análisis

Son numerosas, diversas, inclasificables, las señales que orientan el camino. Señales siempre nuevas, que van surgiendo al paso del caminante y su guía. Suelen ser enigmáticas, entonces el caminante espera la lectura del guía.

Sorpresa: sus indicaciones, cuando las da, suelen ser tan enigmáticas como las señales… aunque a veces son tan claras y precisas como un gesto que señala un lugar por donde seguir o no.

A veces el caminante cree entender las señales y aprieta el paso, confiado de saber el camino. Lo perturba entonces la palabra del guía, que indica un camino lateral desapercibido. El horizonte se abre ahora al costado, luego hacia atrás…

A  veces el caminante está cansado y no quiere seguir. Otras veces desespera pensando que siempre necesitará un guía para andar. Pero tampoco sabe hasta cuándo lo va a acompañar, da la sensación de que en cualquier momento se puede ir. También va descubriendo que es un guía singular, que a veces parece no saber, que incluso a veces parece seguirlo.

Quizás el caminante tropieza, quizás se acerca peligrosamente al abismo. El guía lo acompaña, alguna vez le tiende una mano, otra no.

De pronto una zona en la que no hay señales… el guía permanece en silencio.

El caminante se sienta sobre una piedra y traza un mapa,  escribe sobre él. Y retoma el camino.

Sigue siendo el mismo pero también es otro.

Se encontró cada tanto con otros caminantes con sus guías, que seguían senderos insospechados, incluso desestimados para él por su guía.

Vino con una mochila, en el camino fue juntando cosas. Algunas le sirvieron un tiempo, otras se las quedó simplemente porque le gustaban. Otras le seguían sirviendo pero las tiró igual.

También tiró algunas de las cosas que traía desde el comienzo. Se dio cuenta de que llevaba cosas inútiles que le pesaban. Perdió algunas que apreciaba especialmente en alguna escalada,  las vio caer al vacío.

 Otras siguen en su mochila.

Llegó a gustar de las vueltas, los rodeos, los desvíos. También se rió recordando el día en que buscó un guía creyendo saber adónde iba.

Y sigue caminando.

 

Nieves Soria Dafunchio

 

 

 

 

 

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