Nieves Soria
PSICOANALISTA
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EL PSICOANÁLISIS Y LA ÉPOCA
 

La roca viva aggiornada
En esta época denominada pospaternalista, ¿qué vigencia en nuestra práctica para la roca viva en sus dos versiones, el penisneid en la mujer y la lucha contra la pasividad en el varón?

La roca viva aggiornada

 

1)      Una inversión generalizada

En esta época denominada pospaternalista, ¿qué vigencia en nuestra práctica para la roca viva en sus dos versiones, el penisneid en la mujer y la lucha contra la pasividad en el varón?

Si bien en la teoría freudiana el complejo de Edipo y el complejo de castración no van uno sin el otro, el nombre del padre y el falo tienen orígenes y manifestaciones bien diversas en la cultura, siendo este último muy anterior al primero, encontrándoselo como símbolo de la potencia y de la vida en civilizaciones previas al surgimiento de la institución paterna –cuyo origen podríamos situar en el pater familias romano[1].  Es por la conjunción entre ambos operada por Freud que el falo se vuelve un significante, vehiculizando a partir de entonces la función de la castración simbólica.

Y ya que se trata de un significante que negativiza la presencia del órgano, podría decirse que en esta época asistimos a una cierta dimisión del hombre a adueñarse del mismo, en la que quizás la culpa que alcanza al portador del susodicho -sentado en esta época en el banquillo del acusado por su condición de macho, de la que puede verse llevado a abusar- se demuestre como coartada ante la angustia de castración: ahora no puede perderlo, ya que “el cuerpo del delito” no le pertenece.

Se trata de una dimisión correlativa de su decidida apropiación por buena parte de la otra mitad de los seres sexuados, empujada por la osadía y desfachatez de un goce que, envuelto en su propia contigüidad, se realiza a porfía “del deseo que la castración libera en el hombre, dándole su significante en el falo”.[2] Una apropiación del falo empujada por el goce propiamente femenino, allí donde una mujer no encuentra el límite corporal de la amenaza de castración en su relación con el falo.

Sin duda esta inversión tiene y tendrá efectos, incalculables aún, en nuestra práctica. Quisiera señalar algunos de ellos, los problemas y posibles vías de tratamiento que plantea.

2)      El peso del falo

Del lado macho, el falo parece volverse persecutorio, tanto para el portador como para el sexo ya no tan débil. En los varones, nuevas dificultades con la virilidad: no ya la más generalizada degradación –aún existente, por supuesto-, en la que la disyunción entre la corriente sensual  y tierna encontraba el correlato de la impotencia sexual, sino más bien una sexualidad difusa, desorientada, en la que el sujeto no encuentra un anclaje definido en una posición, sin llegar a sintomatizar su eventual pasividad. Su traducción clínica va desde el desenganche del goce fálico posibilitado por el recurso al tóxico, hasta una indeterminación generalizada en cuanto a la propia posición en el deseo y la elección del partenaire, en la que el analista es convocado a una posición de orientación para la que no le será fácil encontrar significantes amo que funcionen como puntos de capitón en el trabajo analítico, llegando a tener que operar con estos sujetos maniobras transferenciales en las que pone en juego un semblante paterno para abrir una salida al naufragio en la indefinición que se vislumbra en estos casos.

A las mujeres, por su parte, el falo en el hombre –con sus consabidas ecuaciones freudianas: regalos, dinero, hijos- no parece resultarles tan atractivo en esta época, en tanto les es mucho más accesible apropiárselo por diversas vías que prescinden muy bien del ya arcaico homo portador. La mala prensa que supo conseguir el homo erectus lo relega al rango de poco más que un mono, desviándose entonces el anhelo de muchas de ellas hacia un lugar de autosuficiencia y omnipotencia, asistidas por el derecho y la ciencia -con todo derecho, sin duda.

El penisneid encuentra así una derivación materializada en la realidad de la época, tan fantasmática como siempre -aún cuando hoy asistimos, a veces atónitos, a sus nuevas versiones: demanda insaciable de un goce sexual satisfactorio, autosuficiencia autoerótica que la deja sumida en el más absoluto vacío, la más total soledad: aquella que resulta de la ruptura del lazo con el falo del lado macho. Sus manifestaciones clínicas: ataques de pánico, crisis de ansiedad con derivaciones en impulsiones de todo tipo (bulimias, adicciones, autoincisiones, actuaciones compulsivas en escenarios más o menos perversos, reivindicaciones de género que llegan a la querulancia, cirugías estéticas a repetición, demandas enloquecidas de hijo a cualquier precio, etc.). El analista se encuentra en estos casos compelido a introducir cierto corte simbólico en esta absolutización del falo imaginario, reintroduciendo la función de la castración en sus distintas variables: la nada contra el vacío, la marca como escritura fuera del cuerpo, la inter-dicción, la apertura de la ditmensión del amor.

3)      Para concluir

La pérdida de vigencia del nombre del padre desarticula el falo de la castración, devolviéndoselo  a la mujer/madre fálica, en un lento retorno al linaje matrilineal. El hombre posmoderno ya no se revuelve contra la pasividad, en la que encuentra una comodidad acorde con la definición lacaniana de niño generalizado. La mujer posmoderna, por el contrario, suele atrincherarse en el penisneid correlativo de la ligazón-madre preedípica, en una exigencia de un falo propio, que complete su narcisismo.

El analista pierde sus referencias clásicas, su mito fundacional se sintomatiza, su partenaire habla una nueva lengua. Debe reinventarse, encontrando la vía de un saber-hacer sin dogmatismos, para lo que, sin duda, deberá aprender a hacer nuevos nudos con las palabras.

 

Nieves Soria



[1] Como refiere  J. Lacan en la clase del 1º de junio de 1972 de su seminario.

[2] Lacan, J. “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, en Escritos 2. Siglo veintiuno. Buenos Aires, 1985. Apartado IX.

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