En esta época denominada pospaternalista, ¿qué vigencia en nuestra práctica para la roca viva en sus dos versiones, el penisneid en la mujer y la lucha contra la pasividad en el varón?
La roca viva aggiornada
1)
Una inversión generalizada
En esta época
denominada pospaternalista, ¿qué
vigencia en nuestra práctica para la roca viva en sus dos versiones, el penisneid en la mujer y la lucha contra
la pasividad en el varón?
Si bien en la teoría
freudiana el complejo de Edipo y el complejo de castración no van uno sin el
otro, el nombre del padre y el falo tienen orígenes y manifestaciones bien diversas
en la cultura, siendo este último muy anterior al primero, encontrándoselo como
símbolo de la potencia y de la vida en civilizaciones previas al surgimiento de
la institución paterna –cuyo origen podríamos situar en el pater familias romano. Es por la conjunción entre ambos operada por
Freud que el falo se vuelve un significante, vehiculizando a partir de entonces
la función de la castración simbólica.
Y ya que se trata de un
significante que negativiza la presencia del órgano, podría decirse que en esta
época asistimos a una cierta dimisión del hombre a adueñarse del mismo, en la
que quizás la culpa que alcanza al portador del susodicho -sentado en esta
época en el banquillo del acusado por su condición de macho, de la que puede
verse llevado a abusar- se demuestre como coartada ante la angustia de
castración: ahora no puede perderlo, ya que “el cuerpo del delito” no le
pertenece.
Se trata de una
dimisión correlativa de su decidida apropiación por buena parte de la otra mitad
de los seres sexuados, empujada por la osadía y desfachatez de un goce que,
envuelto en su propia contigüidad, se realiza a porfía “del deseo que la
castración libera en el hombre, dándole su significante en el falo”.
Una apropiación del falo empujada por el goce propiamente femenino, allí donde
una mujer no encuentra el límite corporal de la amenaza de castración en su
relación con el falo.
Sin duda esta inversión
tiene y tendrá efectos, incalculables aún, en nuestra práctica. Quisiera
señalar algunos de ellos, los problemas y posibles vías de tratamiento que
plantea.
2)
El peso del falo
Del lado macho, el falo
parece volverse persecutorio, tanto para el portador como para el sexo ya no
tan débil. En los varones, nuevas dificultades con la virilidad: no ya la más
generalizada degradación –aún existente, por supuesto-, en la que la disyunción
entre la corriente sensual y tierna
encontraba el correlato de la impotencia sexual, sino más bien una sexualidad
difusa, desorientada, en la que el sujeto no encuentra un anclaje definido en
una posición, sin llegar a sintomatizar su eventual pasividad. Su traducción
clínica va desde el desenganche del goce fálico posibilitado por el recurso al
tóxico, hasta una indeterminación generalizada en cuanto a la propia posición en
el deseo y la elección del partenaire, en la que el analista es convocado a una
posición de orientación para la que no le será fácil encontrar significantes
amo que funcionen como puntos de capitón en el trabajo analítico, llegando a
tener que operar con estos sujetos maniobras transferenciales en las que pone
en juego un semblante paterno para abrir una salida al naufragio en la
indefinición que se vislumbra en estos casos.
A las mujeres, por su
parte, el falo en el hombre –con sus consabidas ecuaciones freudianas: regalos,
dinero, hijos- no parece resultarles tan atractivo en esta época, en tanto les
es mucho más accesible apropiárselo por diversas vías que prescinden muy bien
del ya arcaico homo portador. La mala
prensa que supo conseguir el homo erectus
lo relega al rango de poco más que un mono, desviándose entonces el anhelo de
muchas de ellas hacia un lugar de autosuficiencia y omnipotencia, asistidas por
el derecho y la ciencia -con todo derecho, sin duda.
El penisneid encuentra así una derivación materializada en la realidad
de la época, tan fantasmática como siempre -aún cuando hoy asistimos, a veces
atónitos, a sus nuevas versiones: demanda insaciable de un goce sexual
satisfactorio, autosuficiencia autoerótica que la deja sumida en el más absoluto
vacío, la más total soledad: aquella que resulta de la ruptura del lazo con el
falo del lado macho. Sus manifestaciones clínicas: ataques de pánico, crisis de
ansiedad con derivaciones en impulsiones de todo tipo (bulimias, adicciones,
autoincisiones, actuaciones compulsivas en escenarios más o menos perversos, reivindicaciones
de género que llegan a la querulancia, cirugías estéticas a repetición, demandas
enloquecidas de hijo a cualquier precio, etc.). El analista se encuentra en
estos casos compelido a introducir cierto corte simbólico en esta
absolutización del falo imaginario, reintroduciendo la función de la castración
en sus distintas variables: la nada contra el vacío, la marca como escritura
fuera del cuerpo, la inter-dicción,
la apertura de la ditmensión del
amor.
3)
Para concluir
La pérdida de vigencia
del nombre del padre desarticula el falo de la castración, devolviéndoselo a la mujer/madre fálica, en un lento retorno
al linaje matrilineal. El hombre posmoderno ya no se revuelve contra la
pasividad, en la que encuentra una comodidad acorde con la definición lacaniana
de niño generalizado. La mujer posmoderna, por el contrario, suele
atrincherarse en el penisneid
correlativo de la ligazón-madre preedípica, en una exigencia de un falo propio,
que complete su narcisismo.
El analista pierde sus
referencias clásicas, su mito fundacional se sintomatiza, su partenaire habla una nueva lengua. Debe
reinventarse, encontrando la vía de un saber-hacer sin dogmatismos, para lo
que, sin duda, deberá aprender a hacer nuevos nudos con las palabras.
Nieves
Soria
|