Nieves Soria
PSICOANALISTA
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Entrevista sobre los efectos de la caída de la virilidad en las mujeres de hoy, realizada durante el Congreso de la AMP en vistas al Encuentro Brasilero 2012 "Mulheres de hoje"
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Conferencia "Síntomas del discurso capitalista", dictada en ACIEP, San José de Costa Rica, el 26 de septiembre de 2018

Síntomas del discurso capitalista

 Video de la conferencia en https://www.facebook.com/aciepcrc/videos/598923537177671/

¿Cómo leemos desde el psicoanálisis los efectos del discurso capitalista en la subjetividad actual?

Con la lectura lacaniana de Freud partimos de la equivalencia estructural entre la constitución del sujeto y la del discurso, dado que el sujeto se constituye en relación con un orden simbólico que nombramos como gran Otro, para distinguirlo del pequeño otro, que designa al semejante. Ya Freud había interrogado dicha equivalencia al hacer confluir en un texto de 1921, entreguerra en la que se gestaron los grandes movimientos fascistas, a la psicología de las masas y el análisis del yo.

La investigación psicoanalítica demuestra que no hay sujeto sin Otro, y que el mismo se constituye en función de una serie de operaciones lógicas que involucran el lazo con un orden simbólico que va a encarnarse primeramente en las figuras parentales, para extenderse luego a otras encarnaciones. Dicho sujeto se encontrará siempre dividido, siempre en falta, ya que carece de un ser, una esencia. En efecto, a diferencia del animal, que no está habitado por la falta sino por el instinto, el ser hablante, en quien el instinto está perturbado -prueba de lo cual es la existencia del lenguaje- es un ser irremediablemente fallado, sin una identidad esencial, producto de múltiples identificaciones.

Lacan concibe la estructuración del sujeto en el lazo con el Otro como efecto de un ordenamiento significante en el que el S1 o significante amo, que funciona como un significante excepcional que se extrae del conjunto de los significantes que constituyen el enjambre de la lengua, pasa a operar como un referente respecto del cual el resto de los significantes se ordena en un conjunto que constituye un saber. El resultado de esta operación es un sujeto, que estará irremediablemente dividido, ya que es un efecto evanescente de la relación entre significantes, sin sustancia ni esencia. Su división es también producto del abismo que lo separa de todo objeto, ya que el mismo se constituye como un resto de esta operación simbólica, un resto real imposible de asimilar a la lógica simbólica. En efecto, el sujeto dividido producto del ordenamiento significante es resultado de una marca original, que Lacan llama rasgo unario, que opera una extracción de goce sobre el cuerpo del viviente, goce irremediablemente perdido. Es en el lugar de esa pérdida estructural que se constituye el objeto a como plus-de-gozar, objeto condensador del poco de goce que el hablante logra recuperar sobre el trasfondo de esa pérdida estructural.

 

 

 

 

 

 

FIGURA 1

 

 

 

 

 

FIGURA 2

 

 

 

La verdad del discurso del amo es el sujeto del inconsciente, sujeto dividido marcado a fuego por la castración. Es también el lugar del síntoma como verdad que se cuela en las fallas del saber, poniéndose en cruz para impedir que las cosas marchen como ordena el amo. Por eso Lacan señala que el inconsciente es el discurso del amo, estructurado como un lenguaje en el que opera un saber que produce efectos de verdad y efectos de goce, que son afectos que conmueven al ser hablante. En la línea inferior del discurso del amo encontramos la fórmula lacaniana del fantasma, que consiste en la imposible relación entre un sujeto y un objeto éxtimo, que se encuentra a la vez dentro y fuera de él, que determinará una particular modalidad de goce para cada sujeto. Como veremos en un rato, esta estructura dará cuenta del estatuto del sujeto neurótico, sujeto clásico de la operación analítica.

Lacan construye la estructura del discurso del amo a partir de su singular lectura de Hegel, influida por Kojève, postulando entonces al discurso del amo clásico o antiguo como un resultado de la dialéctica entre el amo y el esclavo, definiendo al amo como el significante rector, orientador, que quiere que las cosas marchen, recurriendo para ello al saber del esclavo. En 1969 Lacan indica una primera inflexión de este discurso a partir del surgimiento del discurso científico, que se inaugura con el cogito cartesiano. A partir de ese momento se opera un giro por el que el amo se va apropiando del saber que anteriormente le correspondía al esclavo, lo que Lacan escribe como discurso universitario, ya que de ahí en más es el saber de la ciencia el que agencia el discurso del amo imperante. Lacan califica a este giro como una “mutación” capitalista del discurso del amo, que despoja al esclavo de su saber, transformándolo en un proletario, objeto a resto o desecho. El producto de esta operación es un sujeto dividido, aislado de los significantes que lo determinan, sujeto que cae como un resto producto de este viraje del discurso del amo. Se trata de un sujeto que ya no se encuentra en relación con una verdad, como ocurría en el discurso del amo clásico. Es, por el contrario, un sujeto estudiado-asustado (a-studé, que conjuga el verbo astreindre, imponer, que tiene una raíz de stupide y también de studieux), sujeto temeroso en tanto producto de una saber impuesto por el amo, el sujeto panicoso actual. Lacan planteará que el discurso científico forcluye al sujeto, instalando por ello una psicosis social al imponerse. Esta forclusión del sujeto se verifica en ese lugar de resto o desecho, desconectado del orden simbólico, al que va a parar el mismo en el discurso universitario. Es en relación con este discurso que opera una nominación instrumental que Lacan denomina nombrar para en 1971, lo que retomaremos más adelante.

 

Para esta época con este discurso Lacan también intenta formalizar la estructura de la burocracia soviética de entonces, que caracteriza asimismo como un capitalismo de estado que despliega un orden de hierro. Siguiendo la huella de la noción marxista de síntoma como esa verdad que se pone en juego en la plusvalía, y que Lacan señalaba tempranamente como antecedente del concepto freudiano de síntoma, planteará que la operación propia del discurso del capitalista es transformar el plus-de-gozar en plusvalía, volviéndolo contable y en consecuencia homogeneizable.

En 1972, en una conferencia en Milán, presenta el matema del discurso del capitalismo, que introduce los efectos de la asociación entre el discurso científico y el mercado en la subjetividad. El mismo se caracteriza por una inversión de los términos que ocupan los dos lugares izquierdos del discurso del amo. Esta inversión conlleva también una inversión de la flecha de la columna izquierda, así como la ausencia de la doble barra que encontramos entre los dos lugares inferiores en los demás discursos, doble barra que indica el punto de impotencia de cada discurso, ligado a la imposibilidad que lo habita.

Efectivamente, Lacan construye sus discursos a partir de los imposibles freudianos: gobernar (discurso del amo), educar (discurso universitario) y analizar (discurso analítico), a los que agrega la imposibilidad que habita al deseo, que dará lugar al discurso histérico. Estos cuatro discursos se encuentran habitados por la doble barra de la castración, que llevará la marca de su relación con lo real como imposible. Lo imposible es para Lacan lo que no cesa de no escribirse en cada discurso, lo que opera entonces como falla en cada uno, abriendo por esa vía la posibilidad del paso de un discurso al otro, lo que en su concepción siempre pondrá en juego un signo de amor, en tanto el amor opera un giro discursivo animado por la castración.

El discurso capitalista, por el contrario, niega esa imposibilidad (imposible is nothing, decía una propaganda de Nike hace unos años), ya que forcluye la castración, por lo que se aleja de cualquier dimensión amorosa. La inversión entre el sujeto dividido y el significante amo da cuenta de cómo el discurso capitalista es la versión actual del discurso del amo, que queda situado como verdad del discurso (así como ocurría en el discurso universitario), en la que el agente es el sujeto consumidor/consumido por un discurso que no encuentra el límite de lo imposible en la loca lógica de la acumulación de plusvalía, que por ahora no encuentra fin, si bien Lacan señalaba optimistamente que esa misma lógica del consumo llevaría al discurso capitalista a consumirse hasta su consumación. Sin embargo, Lacan señalaba la loca astucia de este discurso que con esa simple inversión de términos logra marchar sobre ruedas, correr de lo mejor.

 

 

 

 

 

 

 

Al colocar al sujeto tachado como agente del mismo, se trata en él de un uso de la falta en ser, del síntoma, como motor del movimiento incesante del mercado, que en su articulación con la tecno-ciencia ofrecerá siempre un nuevo objeto (que Lacan llamará gadgets o letosas –este último término hace referencia a la aletheia, verdad cristalizada aquí por el discurso científico en una formalización que consigue fabricar prolongaciones tecnológicas de los objetos a prêt-a-porter , constantemente desechables y renovables, que darán a cada instante la ilusión de suturar la carencia de ser estructural. Se trata aquí de un circuito infernal sin fin, que se muerde la cola allí donde carece del tope de la castración. En él el saber de la ciencia se pone al servicio de la fabricación de estos objetos resultado de la plusvalía, que pasan a funcionar como objetos de consumo en una lógica de infinitización.

El sujeto barrado ya no es aquí el sujeto del inconsciente, sino un sujeto que carece de un goce que lo complete. La ausencia de flecha entre el sujeto y el saber da cuenta de la separación absoluta del mismo en relación al saber inconsciente, que en todo caso será estudiado y utilizado por el discurso publicitario para dar sustancia episódica descartable a los fantasmas, bastantes tipificables, que habitan al ser hablante. Vemos también que la flecha parte del objeto hacia el sujeto, sin que encontremos la doble barra que separa a uno de otro en el discurso del amo clásico. En efecto, la loca astucia de este discurso coloca al objeto de consumo por delante del sujeto como figuración de un acceso sin límite al objeto del fantasma, ilusión que se encuentra en la base del éxito de la lógica del mercado.

 

¿Cuáles son entonces las coordenadas de este discurso?

En primer lugar, Lacan planteará que el surgimiento del psicoanálisis mismo está signado por los primeros efectos del discurso capitalista en los lazos familiares y sociales, y por ende en la subjetividad. Ya en 1938, en un artículo dedicado a La familia, Lacan señalaba al complejo de Edipo concebido por Freud como una decantación, primero imaginaria, del contraste entre la tradición que portaba y las formas familiares existentes en la Viena de su época:

“Cualquiera que sea el futuro, esta declinación [de la imago paterna] constituye una crisis psicológica. Quizás la aparición misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis. Es posible que el sublime azar del genio no explique por sí solo que haya sido en Viena -centro entonces de un Estado que era el melting-pot de las formas familiares más diversas, desde las más arcaicas hasta las más evolucionadas, desde los últimos agrupamientos agnáticos de los campesinos eslavos hasta las formas más reducidas del hogar pequeño burgués y hasta las formas más decadentes de la pareja inestable, pasando por los paternalismos feudales y mercantiles- el lugar en el que un hijo del patriarcado judío imaginó el complejo de Edipo”.

Apoyándose en la tesis durkheiminiana de la contracción de la familia conyugal, Lacan planteaba los efectos en la subjetividad de la declinación de la familia paternalista como los efectos de una configuración (edípica) en la que la figura del padre resulta siempre carente, humillada, dividida o postiza, lo que tiene como consecuencia un complejo caracterial en el que prevalecen:

- un agotamiento del “ímpetu instintivo”.

- un agotamiento de la dialéctica de las sublimaciones.

- una prevalencia de la impotencia y la utopía.

- una sofocación de la creación.

- una represión incompleta del deseo hacia la madre.

- una reactivación de la angustia y de la investigación, inherentes a la relación del nacimiento.

- un enviciamiento narcisista de la idealización del padre, que determina el surgimiento en la identificación edípica de la ambivalencia agresiva inmanente a la primordial relación con el semejante.

Por esta vía el complejo de Edipo concebido por Freud a partir de su escucha de las histéricas pasa a ser definido por Lacan como normativo y patógeno a la vez, dada la distancia entre la función de un padre idealizado y su encarnación por el padre de la realidad, que se va convirtiendo en aquella época cada vez más en un esclavo moderno que trabaja para sustentar a su familia, nunca a la altura de su función, siempre en falta.

Más adelante Lacan podrá concebir ese complejo de Edipo soñado por Freud como una invención mítica que apunta a dar forma épica a aquello que se opera por estructura, y que Freud supo escuchar en el decir de sus pacientes histéricas, definiéndolo como las ruinas de un saber mítico que constituyen el inconsciente. Saber mítico que da alguna versión de la falla estructural en el goce del ser hablante, falla real que se manifestará siempre sintomáticamente, como presencia también real de lo que se pone en cruz para impedir que las cosas marchen. Propondrá diversas formalizaciones del mismo, la primera de las cuales es el Nombre del Padre, como significante fundamental que opera un anudamiento entre ley y deseo que posibilita la constitución de un sujeto separado del Otro materno, que es un Otro real, corporal, que el sujeto por venir experimenta como omnipotente, respecto del cual deberá constituirse en una doble operación de alienación y separación. En esta lógica el Nombre del Padre funciona como un operador estructural que posibilita dicha separación, operando como significante amo en el discurso del amo clásico, separador del sujeto y el objeto, objeto que en primer lugar es encarnado por el Otro materno. En esta perspectiva lógica, el Nombre del Padre es un significante que cumple una función lógico-matemática, estableciendo un orden simbólico divergente respecto del orden natural, significante que sin embargo debe encarnarse en alguien que cumpla cierta función de impacto, de conmoción en la familia, dimensión real del padre que posibilitará la vehiculización de la dimensión eminentemente simbólica de su función.

La mutación capitalista del discurso del amo es correlativa de la declinación del Nombre del Padre, significante que en el nivel del discurso del amo clásico vehiculizaba una función de autoridad cuyo antecedente Lacan sitúa en el pater familias del derecho romano. Si bien Lacan distingue explícitamente el Nombre del Padre de cualquier imagen patriarcal, acentuando que vehiculiza una función simbólica que puede encarnarse en diversas figuras más allá del padre de la realidad, no deja de insistir desde el comienzo de su enseñanza en el hecho de que esta función depende de la vigencia del significante en el orden simbólico, en la cultura, indicando ya desde su Seminario 3 (años ’56-’57) que en dos o tres generaciones el Nombre del Padre dejaría de existir como referencia orientadora. También en su Seminario 5 indicaría que el Nombre del Padre es una función real –podría decirse que opera realizando un sujeto-, que depende sin embargo de que las instituciones le confieran esa función nominativa.

El giro capitalista del discurso del amo se produce a partir de la caída del S1 debajo de la barra izquierda, allí se formaliza en una escritura la caída del Nombre del Padre, su pérdida de vigencia en la cultura, ligada a la declinación de la familia paternalista y el ascenso de los discursos de género. El liberalismo presenta así una doble cara, por un lado la igualdad de derechos, por otra la libertad del mercado. La caída del Nombre del Padre abre un tiempo de reordenamiento discursivo cuya lógica escribe el discurso capitalista lacaniano. Si el sujeto dividido es el amo, lo que orienta el discurso es esa falta en ser, esa carencia que hace a su división. La flecha que se dirige desde el sujeto hasta el S1 da cuenta de que ahora el sujeto, lejos de situarse como efecto de los significantes que lo determinan, manipula sus S1 –sus marcas-, recurriendo al saber de la ciencia para obtener un goce por la vía de la tecno-ciencia. Esta operatoria le ofrece al sujeto dividido una ilusión de completud, de poderío yoico, de autoconfiguración.

¿Qué tiene el psicoanálisis para decir de este viraje, además de celebrar los cruciales avances en el campo del derecho de las minorías?, ¿cuáles son las consecuencias de este discurso en la subjetividad, cuáles sus síntomas?

Distinguiremos los mismos en los planos de la nominación y las identificaciones, el lazo con la realidad y el lazo social, así como el estatuto del cuerpo, el narcisismo, los modos de goce y la posición sexuada. Nos detendremos finalmente en el discurso analítico como otro giro posible del discurso del amo, alternativo al discurso capitalista.

 

1) Nominación, identificaciones, lazo con la realidad y lazo social.

Allí donde el ser hablante es atravesado por el lenguaje y perturbado en su funcionamiento instintivo, pierde el ser, la identidad, no está en el mundo como pez en el agua. Por el contrario, tanto su versión del mundo, su realidad, como su lugar en él serán resultado de una construcción, que será siempre una construcción discursiva, que atrapará al cuerpo en un aparato de lenguaje. El S1 en función de agente en el discurso del amo clásico cumple una función de nominación, que es también una función de identificación. Se trata allí de un significante excepcional, que ordena el conjunto de los significantes como un saber, cumpliendo una función fundamental de orientación, estableciendo un ordenamiento de las identificaciones, con las cuales el sujeto podrá ordenar su realidad y encontrar un lugar en el Otro social, lugar a partir del cual podrá sostener sus lazos con los otros. El S1 como agente es la identificación primaria que funciona como referente de las identificaciones secundarias, fijándolas.

Como dijimos, las identificaciones suplen la ausencia de identidad, posibilitándole al sujeto asumir un lugar en alguna función social, apropiándose del mismo y haciéndose responsable por él, pudiendo tomar la palabra y dirigirse al semejante en nombre propio, en una lógica en la que la diferencia es simbólica y no meramente imaginaria. En el discurso del amo clásico la agencia nominante es quien encarna el lugar del significante amo. Su marca cava un surco en el ser del sujeto, el nombre propio tiene un peso específico, en el que puede leerse la huella de la tradición familiar de modo más o menos evidente.

En el discurso del amo clásico, es a partir de una función de fijación que el S1 cumple su función de orientación. Se trata de una fijación de lo real que opera como ancla del campo de la realidad, siempre tan volátil. Es una fijación que anuda la ficción, impidiendo su deslizamiento infinito. El psicoanálisis enseña que la realidad es subjetiva o fantasmática, es producida como una construcción junto con el sujeto, de modo que la constitución subjetiva implica la constitución conjunta del sujeto y su entorno, su realidad. Es lo que en el matema del discurso del amo figura en el nivel inferior, la relación de extimidad entre el sujeto y el objeto. En efecto, el fantasma es el soporte de la realidad. El fantasma es la père-versión, versión del padre que dará la clave de la instauración de una modalidad más o menos fija de relación entre el sujeto y el objeto que yacerá como soporte del campo de la realidad del sujeto.

El destronamiento del S1 del lugar de agente en el discurso capitalista conlleva la pérdida de la función de fijación y orientación que el mismo cumplía en el discurso del amo clásico. Esta pérdida produce síntomas tanto en el campo de las identificaciones, como en el del lazo social y el de la realidad. Al volverse el sujeto mismo agente del discurso, se pierde la fuerza de la emisión nominante que encontrábamos en el discurso del amo clásico. Si bien las marcas son recibidas del Otro, no funcionan como nombres que determinen al sujeto. Esto se verifica, por ejemplo, en la manera en que el discurso jurídico fue abriendo la posibilidad de la autonominación, el cambio de nombre, por lo que el nombre puesto por el Otro puede ser destituido, es el nombre muerto. La autonominación queda de ahí en más sujeta a los vaivenes del yo y sus espejismos, perdiendo el anclaje real que obtenía en el discurso del amo clásico.

En el nivel de las identificaciones encontramos dos extremos. Prevalece el sujeto desorientado, insuficientemente identificado, con identificaciones lábiles, erráticas, que deslizan sin anclaje real, identificaciones líquidas que carecen de una función de amarre que localice al sujeto. Los síntomas correspondientes son la errancia y la deslocalización, que suelen manifestarse del lado de la angustia permanente en algunos casos, en otros como crisis de angustia, ahora llamadas ataques de pánico. El sujeto suele recurrir entonces a distintos gadgets con los cuales obturar su vacío existencial, que darán lugar a distinto tipo de adicciones, así como a ciertas identificaciones sociales –función que cumplen, por ejemplo, las tribus urbanas- que vienen a paliar la inconsistencia de las identificaciones subjetivas. En el otro extremo encontramos algunos casos en los que, ante este estado de cosas, el sujeto se aferra a nominaciones rígidas, que constituyen un verdadero orden de hierro. Las mismas dan cuenta del ascenso del fantatismo, el racismo y la intolerancia en nuestra época.

Este sujeto lábilmente identificado encuentra extrema dificultad en asumir un lugar simbólico en lo social, de allí que Lacan calificara a la época que se abre en la posguerra como aquella del “niño generalizado”. Derogado el Nombre del Padre y perdida la función de autoridad, el sujeto no consigue autorizarse, habilitarse allí donde falta esa función en el orden simbólico. La consecuencia es que el lazo social también se vuelve lábil, poco firme, quebradizo o espumoso. La precariedad laboral, necesaria por estructura al funcionamiento de este discurso,  la cada vez más auto exigencia de rendimiento, así como el debilitamiento de las instituciones que tradicionalmente regían los lazos sociales, tales como la familia, la escuela, el barrio, contribuyen también a la labilidad de las funciones sociales. Las redes sociales serían el paradigma por excelencia de esa labilidad, esa falta de compromiso simbólico con el otro, allí donde no se hace necesario poner el cuerpo: se puede felicitar, saludar, despedir, amar, odiar, sin mayor costo que el de tocar un botón.

Otro tanto ocurre con el campo de la realidad: el achatamiento de lo simbólico conlleva una prevalencia de un imaginario desconectado de lo real. Es importante que definamos aquí con Lacan lo real como lo que vuelve al mismo lugar allí donde algo no cesa de no escribirse, debido a una falla estructural de lo simbólico. Lo real es lo que le provee al ser hablante un cuerpo más allá de la imagen del mismo, dándole peso y presencia. Es lo que la realidad, devenida virtual, escamotea, y su máxima manifestación es la posverdad, ensalada de realidades y relatos que coexisten, y en los que cada uno elige el que más lo complace, refugiándose en la pantalla de su celular. Cada tanto, ese real desconocido se hace presente como un huracán o un tsunami, y suele ser la oportunidad de la instalación de una pregunta que lleva a un sujeto a un análisis.

 

2) Cuerpo, narcisismo, modos de goce y posición sexuada.

La perturbación del instinto en el hablante implica que éste, a diferencia del animal, que es su cuerpo, apenas sí llegue a tenerlo, en el mejor de los casos. Proveerse de un cuerpo, habitarlo, es una construcción que no está dada desde el vamos en el ser hablante, construcción que se efectúa en lo que Lacan dio en llamar el estadio del espejo. Llegar a tener un cuerpo implica una compleja operación simbólico-imaginaria, por intermedio de la cual se constituyen conjuntamente el yo, el cuerpo y la realidad a través de una serie de identificaciones fundamentales, a través de las cuales se opera el malentendido por el cual el yo se constituye en identificación con la imagen en el espejo, constituyéndose el narcisismo como la fundamental operación de libidinización de este yo que ya no se distingue de su imagen especular.

En efecto, si tomamos como ejemplo el documento de identidad, la persona se constituye en la doble vertiente: del ser en el nivel del nombre, del tener en el nivel de la imagen del cuerpo, que lo representa ante su propio yo y el semejante. Clásicamente, es la operación rectora del S1 en el discurso del amo la que orienta toda la experiencia del espejo, constituyéndose como la inclinación del espejo plano, que debe encontrarse exactamente perpendicular, formando un ángulo de 90 grados con la línea de apoyo para que la imagen real pueda reflejarse punto por punto en la imagen virtual. El desvanecimiento de la función rectora del S1 conlleva toda una serie de perturbaciones en la relación del sujeto con su imagen especular, perturbaciones que darán lugar a síntomas actuales, tales como anorexias, bulimias u obesidades, que se han ido transformando paulatinamente en epidemias en diversos países. Deformaciones anamorfósicas del campo imaginario que sobrevienen al perderse la orientadora referencia simbólica. Más ampliamente, distintas modalidades de dismorfia corporal, así como la disforia de género, se extienden notablemente con la prevalencia del discurso capitalista, en el que, a la manera de un laberinto de espejos en un hipertrófico parque de diversiones, en el que cada uno se las arregla como puede para apropiarse, si lo logra, de la confusa imagen que le devuelve el espejo.

Las identificaciones simbólicas rectoras no solo orientan la experiencia del espejo, sino que posibilitan atravesarlas dirigiéndose a un más allá de lo imaginario, donde se encuentra la falta simbólica, falta que también es un agujero real en la estructura, una ausencia de completud. Al degradarse las mismas, el sujeto queda atrapado en el reino de lo imaginario, con el consecuente peso que pasa a tener entonces el narcisismo, particularmente la propia imagen. Se le pide entonces a la propia imagen que cumpla una función de nominación, que sea ella la que de un nombre, un lugar, la que defina al sujeto. El resultado es no solo la degradación del ser al parecer, sino también la fascinación con la ilusión de completud que propone la imagen. Cuando el sujeto se encuentra atrapado en la relación con su imagen especular, sin poder ver la falta o el agujero que se encuentran tras ella, termina encontrándose con esa falta y ese agujero en el espejo mismo: es el retorno de la mirada como función de mancha en el cuadro, tal como le ocurre a Dorian Gray en esa genial anticipación de la prevalencia del narcisismo que escribiera Oscar Wilde.

Pero el cuerpo no es solo la imagen, también es goce, goce que solo puede experimentarse en el cuerpo. El goce es el resultado de la perturbación del instinto en el hablante, por eso Lacan lo define como lo que no sirve para nada. En el programa instintivo todo sirve, ninguna experiencia de su cuerpo por parte del animal parece librada al azar, el fin instintivo es la causa final de toda experiencia corporal. En el ser hablante, por el contrario, los afectos se encuentran dislocados, desarreglados, desajustados, provocando efectos de goce que carecen de finalidad. El campo del goce es lo que le queda al ser hablante del cuerpo real una vez despojado éste del instinto. El lenguaje vacía el cuerpo del goce absoluto y necesario que le proveería el instinto, logrando recuperar escasamente algo de goce (nunca el perdido) a través del aparato pulsional.

Como vimos anteriormente, dicha recuperación a través del plus-de-gozar es posibilitada por una operación simbólica en la que el S1 en función de agente es crucial, ya que abrirá paso a las operaciones lógicas de alienación y separación, a través de las cuales se constituirá el circuito pulsional en los bordes de los agujeros del cuerpo. Se trata allí de un narcisismo agujereado, ya que la imagen del cuerpo no da a ver los agujeros que, sin embargo lo habitan. Es a través de estos agujeros que se constituirá el objeto perdido, oral, anal, escópico o invocante, dando lugar a la gramática de la pulsión. Y es a través de la lógica alienación-separación que la relación con el objeto perdido se volverá regulable, vivible en una mediación compleja que con Lacan llamamos extimidad. Esta compleja operación simbólica posibilitará una diferenciación en el campo del goce, entre el goce del sentido, el goce fálico y el goce Otro.

La operatoria edípica posibilita distinguir estos tres goces a partir de la función falo-castración. Desde la perspectiva psicoanalítica, lo que regula y divide el campo del goce, descompletándolo y agujereándolo, es la función simbólica de la castración, que atraviesa tanto a la función del padre como a la del falo, y alcanza asimismo a la omnipotencia materna en la metáfora paterna. La castración opera como límite tanto a la omnipotencia materna como al paternalismo y al goce fálico, macho. Es el límite de la ley que atraviesa tanto a las figuras del padre como a la de la madre, situándose como lugar del gran Otro al que refiere la función paterna, que interviene introduciendo la función del padre entre la natural relación entre el niño y la madre, pero en relación con una ley que lo trasciende, ya que el padre no es la ley sino que es una función que se refiere a ella.

Por eso la función paterna consiste en un medio-decir, en una transmisión de la castración, de la falta, pero sobre el fondo de una potencia que puede disputarle el poder natural al Otro materno. Clásicamente, la operatoria edípica posibilita cierta asunción de una posición sexuada sobre el trasfondo de la inexistencia de la relación sexual, es decir, la inexistencia de dos sexos que inscriban en lo simbólico la diferencia sexual biológica, lo que hizo a Freud decir que el ser humano es originariamente bisexual. La vertiente normativizante del Edipo posibilitaba un rodeo simbólico a través del cual era posible asumir el sexo biológico por medio de una ficción mítica en la que la diferencia sexual se plasmaba en dos versiones diferentes posibles de la castración. Es lo que hizo posibles el amor y el deseo en tiempos del patriarcado, el que como institución ha dado sobradas muestras de no avenirse a la lógica de la castración que el psicoanálisis ha podido leer en ella a partir de su declinación, razón por la cual el Nombre del Padre ha perdido vigencia en la cultura.

El resultado en el campo del goce es una insuficiente diferenciación de los goces, por lo que tanto el campo del sentido, como el del goce fálico (goce del uno) y el goce Otro (en sus dos versiones, goce del Otro y Otro goce) se desdibujan, dando como resultado una pérdida de la referencia simbólica falo-castración que posibilitaba la distribución sexuada entre dos posiciones (masculina y femenina, ambas atravesadas por la función simbólica de la castración, una del lado del tener y otra del lado del ser) y sus consiguientes goces específicos. La ausencia de orientación del S1 en el lugar de agente (función que cumplía el Nombre del Padre en el Edipo) redunda en una ausencia de llave, clave, referencia, punto éxtimo respecto del cual realizar una lecto-escritura del cuerpo biológico, transformándolo en un cuerpo sexuado. Al faltar la lógica significante binaria S1-S2, surge una multiplicidad de sexos autonominados, que se deslizan incesantemente en una lógica que no termina de nombrar y anudar, dado que el yo, sus vestiduras y espejismos pueden transformarse continuamente en el reino del narcisismo y de la imagen. El cuerpo biológico sigue allí como un escollo a transformar, a lo que la tecno-ciencia y sus gadgets provee múltiples ilusiones, no consiguiendo sin embargo la mayor&iac



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